En el mismo libro, los periodistas Jordi Grau y Andreu Mas cuentan que Puigdemont “puede llevar su catalanismo al extremo: antes cuando utilizaba la autopista siempre pasaba por debajo de las señalizaciones que ponían peatge, nunca por la de peaje. “Por si nos cuentan”, decía. Algo similar hacía cuando tenía que ir a Madrid en avión. En vez de coger el puente aéreo siempre aprovechaba vuelos internacionales, aunque fueran más caros -por ejemplo un Barcelona-Bruselas-Madrid-; así entraba por la puerta de vuelos internacionales”.

De discurso ágil y oratoria brillante, el exalcalde de Girona no fue un peso pesado en la política, más allá de su convivencia y amistad con el ala más independentista de los nacionalistas, al entorno de la Llibrería Les Voltes, hasta que fue diputado en el Parlament (en 2006), si bien con anterioridad había ocupado el cargo, de designación política, como director de la Casa de Cultura de Girona (2002-2004). Por una carambola fue candidato a la alcadía de Girona en 2007, en sustitución del abogado Carles Mascort, que se desmarcó por un oscuro caso de amenazas a su familia.

En el 2007 consiguió un buen resultado pero fue en el 2011, al conseguir la Alcaldía hasta entonces feudo socialista, cuando su figura consiguió más relevancia.

Fue en enero cuando Mas decidió en el último suspiro que Puigdemont, número tres de la lista de la formación por Girona, sería su relevo. El tiempo le ha dado la razón: Puigdemont no ha dudado en arriesgarlo todo por su ideal político, lo que le ha llevado al exilio en Bélgica.

La vida del president en el exilio cambió pues a principios del 2016, pocos días de su 53º cumpleaños, mientras apuraba los turrones y capricis (unas galletas típicas de gerundenses) elaborados en la Pastisseria de la familia Puigdemont, de Amer, el pueblo donde nació y donde trabajó, en su adolescencia, en el obrador de la familia. Después, ya en Girona, ejerció como periodista, su verdadera vocación, y compaginó la redacción de Punt-Diari (del que llegó ser redactor jefe) con los estudios de Filología Catalana, que no terminó, en parte como consecuencia de un accidente de tráfico que sufrió en 1983. A sus 54 años, le sorprende que su peinado haya generado tantas líneas en los diarios. Desmiente que con su flequillo se esconda ninguna cicatriz, aunque sí la tiene en el rostro a causa de ese accidente que estuvo a punto de costarle la vida. “En una ocasión, mi abuela intentó que fuera al barbero y me dijo para avergonzarme que parecía un beatle”. Aquello fue un elogio. Puigdemont era seguidor de The Beatles: tenía partituras, discos, carteles. Con los años se hizo más duro y se pasó a los Rolling Stones y llegó a formar parte de un grupo de rock integrado por adolescentes.

Puigdemont (cima de monte, en castellano) fundó la ACN y la dirigió hasta que pasó a manos públicas e impulsó la publicación de Catalonia Today. Puigdi (conocido así por amigos y compañeros) es el primer president con cuenta propia en Internet bajo el alias de @KRLS. Todo ello bajo un prisma de militancia independentista forjada en una familia católica que algunos allegados califican como “ferma”, una manera de ser y estar en la línea de la más de pura cepa nacionalista. Los inicios de su militancia se concretan en el apoyo a la Crida a la Solidaritat, en la fundación de las Juventudes de CDC en las comarcas de Girona y en la organización de actos de apoyo a los independentistas detenidos en la operación Garzon en 1992.

Como periodista, ha tenido dos preocupaciones principales: calibrar cómo era percibida Catalunya en el extranjero e incorporar las nuevas tecnologías a los medios de comunicación. Domina el inglés, el francés y también el rumano al estar casado con una rumana, Marcela Topor, con quien tiene dos hijos. La pareja celebró su boda en Rosas por lo civil y en Rumanía por el rito ortodoxo en el 2000. El Puigdi (así le llaman) es una persona tranquila, cercana y de profundas convicciones.

El president en el exilio, donde ha contemplado su resurreción política, ya era antifranquista con 12 años, a tenor de lo que relató hace un tiempo: en cuanto cayó en sus manos, Carles se colocó en su bata el lema Queremos el Estatut. Uno de los curas del colegio le interpeló: -Pero si tú no sabes lo que es el Estatuto. -Por supuesto que lo sé -respondió él-, y si quiere se lo cuento.