Las grandes cuestiones de Estado siguen en el cajón. Y, posiblemente, durante mucho tiempo porque por el horizonte inmediato solo aparecen nubarrones. Para una vez que el PP se había decidido a abrazarse al diálogo consciente de su soledad y de la penitencia derivada de su insolencia en los años de mayoría absoluta, el PSOE se pierde en el laberinto de su razón de ser y Podemos se echa a la calle para ensanchar su base electoral. Queda Ciudadanos, claro, pero en cuestiones de estabilidad empieza a perder consistencia por su maleable argumentario. Ante tan patético escenario es muy difícil augurar acuerdos suficientemente sólidos a izquierda y a derecha mientras pasan las semanas de una legislatura que empieza a enseñar sus debilidades.
Ahora mismo, el PP reza para que Pedro Sánchez no rompa el PSOE. El camaleónico candidato a las primarias lo puede hacer de dos formas, ganando o llegando a la orilla con una derrota honrosa que parta casi en dos a la convulsa afiliación socialista. Si así ocurriera, la tensión en el Parlamento podría ser insoportable, sobre todo para el Gobierno que iniciaría un via crucis cada semana y cerraría para mejor ocasión las carpetas de los pactos sobre Sanidad, Justicia o Educación, entre otros. A tal punto llegaría su hastío que entonces tomaría cuerpo de una verdad el permanente runrún de las elecciones anticipadas que acompaña al actual mandato desde que se inició. De momento, ni Javier Fernández es capaz de tranquilizar a Mariano Rajoy sobre la suerte interna de su partido porque la pelea cada día se está haciendo más enconada y sobre todo si se escuchan las versiones interesadas de cada una de las partes en conflicto. La Gestora socialista sabe que puede ocurrir cualquier cosa. Incluso, hasta que Susana Díaz finalmente no se presente después de leer entre líneas que nadie le asegura la victoria ni mucho menos que vaya a coser el partido. Peor aún, sabe que si deja Andalucía le señalarán con el dedo para siempre si pierde esta plaza eternamente socialista en favor del PP.
Sin un PSOE dispuesto a negociar con un Gobierno incapaz de quitarse la sombra de la corrupción es una quimera imaginarse que habrá mejoras en la órbita de la Justicia -los favoritismos son otra cosa y de difícil eliminación-, la Sanidad o la Educación. Pero con un PSOE abierto al hipotético entendimiento con Podemos desde el discurso de la izquierda dura e implacable con la derecha -traducción expresa del programa de Sánchez con el guiño explícito a Pablo Iglesias-, Rajoy plegaría velas ante semejante ingobernabilidad. En cualquier caso, como mínimo hasta el próximo mes de septiembre nadie moverá un papel en el Congreso. Entre los socialistas, porque hasta el congreso de junio cualquier paso que den en la órbita del PP tiene una traducción inmediata en clave de primarias más allá de la responsabilidad institucional que supone aprobar el techo de gasto y no permitir que los Presupuestos decaigan en su tramitación parlamentaria. Y Podemos esta en su hábitat particular. A partir de ahí, comienza el largo período estival esta vez enmarañado por los rescoldos de la elección de secretario general socialista. Así se cumplirá tristemente el primer año perdido de una legislatura donde lo más fácil es apostar a que no cumplirá ni de lejos su ciclo. Podría ser la oportunidad de los grupos minoritarios, como le ocurre al PNV en la cuestión nuclear de los Presupuestos de este año, capaces por sí solos de garantizar a Rajoy con su aprobación mucho más de la mitad de su mandato. Aquí es una cuestión de voluntad política y de dinero para llegar al acuerdo, precisamente dos virtudes que no acompañan al actual Gobierno. Ahora bien, nada comparable con la bomba de relojería de Catalunya, azuzada por el histrionismo judicial -curioso escuchar las dos versiones antagónicas sobre el soberanismo de Homs ante un juez o ante unos empresarios-, las vergüenzas de la financiación del partido de Artur Mas o el calentamiento madrileño a favor del artículo 155 de la Constitución. Y frente a semejante temeridad, donde en más de una ocasión alguien puede llegar a perder la razón, hay más de un hilo de esperanza en que finalmente no chocarán los dos trenes. Los juicios y las bravatas encienden peligrosamente los ánimos al tiempo que toma cuerpo la idea de que el globo del referéndum empieza a desinflarse por irreal.
Pero seguirá ahí para siempre. Otra cosa bien distinta es que unas elecciones anticipadas lo pinten de color diferente y las urgencias sean otras. Respiraría aliviado entonces Rajoy, aunque volvería a darse un tiro en el pie en la creencia de que el problema se ha resuelto. Mientras, mira hacia otro lado y hasta se atreve a ofrecer a la antigua Convergència que le apruebe los Presupuestos.