Avanzan los días hacia la inevitable decisión del PSOE y el presidente de la gestora nacida del harakiri socialista cada vez parece más enredado en esa suerte de papel atrapamoscas que es hoy la estructura desestructurada de su partido.

Javier Fernández sabe lo que quiere hacer: abstenerse para que gobierne el PP. Sabe por qué quiere hacerlo: le tiene pánico, seguramente con motivo, a la alternativa de unas elecciones antes de fin de año. Sabe para qué: confía en ganar tiempo en una legislatura necesariamente corta por la endeblez de las mayorías con las que contaría Mariano Rajoy, quien además tendrá que aplicar otra vez la tijera al presupuesto, las inversiones y los servicios públicos y eso siempre desgasta de cara a un futuro juicio ciudadano en las urnas. Sabe que ese tiempo es balsámico para su partido: aunque las quemaduras son profundas, le daría margen para recomponer filas, buscar un secretario general -al menos de circunstancias como los dos últimos- y retrasar su propio juicio ciudadano lo más posible. Con el valor añadido de que, quienes le vuelven a apretar después de haber sido dos veces vencidos -Podemos-Unidad Popular- tienen la rara habilidad de destriparse internamente, del modo más amigable y transparente, eso sí. Y vaya usted a saber qué foto presentan ellos mismos a las urnas, con los ojos cordialmente amoratados ante la opinión pública, si se las alejan un poquito en el tiempo y tienen un par de años para mostrar su acción política como eternos aspirantes pero sin condicionar las políticas de gobierno ni liderar la oposición.

¿Cuál es el ‘pero’ de Fernández? Que no sabe cómo hacerlo sin evidenciar de nuevo la división interna y que la decisión se convierta en poco más que un motivo para afilar cuchillos de cara al inevitable congreso. Ese que quería Pedro Sánchez para contraponer el criterio de la militancia al de sus críticos, que hoy ejercen de línea oficial. Fernández no para de reunirse con quienes ya le han dado su respaldo -los diputados y senadores socialistas electos que no van a perder su puesto si arranca la legislatura- pero no tiene agenda para los responsables territoriales del partido, mayoritariamente contrarios a permitir que Rajoy gobierne.

La cosa está al pil pil hasta el punto de que la federación andaluza de Susana Díaz se ha sentido en la necesidad de quemar naves en lugar de mantenerse impoluta en la distancia: había que compensar el refuerzo del no a Rajoy, que se escenificó en Catalunya y Miquel Iceta no pierde ocasión de defender, con el público pronunciamiento por la abstención del sancta sanctorum del poder socialista en España. Un espaldarazo al trabajo encomendado a Fernández, que hoy parece más que nunca la mosca atrapada en el papel que tan cortesmente le cedió Susana Díaz para que gestione la transición del partido hacia su regazo. En el empeño corre el riesgo de dejarse las alas en la pegajosa encomienda. Si renuncia a ellas podrá felizmente saltar, incapaz de volar, hacia la tela de araña que elija: la del PP, la de Díaz o la de Pablo Iglesias. Cargando con el PSOE a su espalda.