Cuando Arnaldo Otegi se bajó del DeLorean aquella fría mañana de marzo en Logroño se encontró casi otro país. ETA había callado las armas, Sortu caminaba tras la gestación de la nueva izquierda abertzale, gran parte de ella pisaba moqueta en la coalición de los 21 escaños y tanto Fiscalía como Audiencia Nacional ofrecían pactos a los procesados para eludir la prisión. Otegi salió espléndido, se dio una vuelta por Europa y despertó un movimiento eufórico de fieles que miraban arrobados a ese líder histórico que había llegado a un futuro de paz construido por todos los vascos. Salía de prisión tras seis años y medio por el caso Bateragune dibujando el eje futuro de la refundación del proyecto político tras la derrota político-militar de ETA pero tras su ímpetu de hombre-mito, su figura pareció conectar más con un pasado inexistente que con este presente real de su formación que en dos elecciones generales había dicho alto y claro que es más de izquierdas que abertzale. Por eso, el Aquí y ahora como lema en la cartelería de EH Bildu con ese Otegi de eterna sonrisa vino a significar que el pasado puede ser una debilidad pero también una oportunidad para un proyecto político con el de Elgoibar a la cabeza, el político mañoso, el gran comunicador, el siempre líder, un talismán.
Su trayectoria se dibujó durante años en una aleación de cárcel, política y paz que ha terminado haciendo de él un extraño brebaje, intragable para algunos y curativo para otros. Se desconoce su papel ejercido por la pacificación desde la cárcel pero en los postres, Otegi volvió al caserío Txillarre de Elgoibar a contar sus reuniones con Jesús Eguiguren y hasta con Patxi López y donde en hasta 50 encuentros se gestó un camino que abrió la puerta al alto el fuego de 2006. Luego voló el proceso de Loiola en la T4, pero los cimientos ya estaban puestos.
De eso hace una década. Cinco meses después ingresaba en prisión por enaltecimiento del terrorismo, todavía tenía procesos pendientes y antecedentes en ETApm, atrás el comando Kalimotxo y el secuestro de Javier Rupérez, que señaló la biografía de Otegi como un “historial delictivo” y del que salió absuelto, o el del ingeniero Luis Abaitua que le valió seis años en prisión.
Una intermitencia que a finales de los 90 le permitió, sin embargo, dar el salto como el líder fresco que necesitaba Herri Batasuna tras la encarcelación de la Mesa Nacional. Nacía Euskal Herritarrok, llegaban los mejores resultados electorales, el pacto de Lizarra-Garazi, los votos en raciones regalados al plan Ibarretxe, el esplendor político. Otegi era casi una estrella del rock que ofreció su mejor versión en el acto del Velódromo en 2004. “Es más difícil iniciar un proceso de superación del conflicto que plantear una estrategia de confrontación”, señaló ante un auditorio entregado de 15.000 personas. La declaración de Anoeta, pañuelo palestino, rama de olivo, anunciaba los compromisos de Batasuna de sacar el conflicto de las calles y llevarlo a la mesa de negociación, una propuesta para la resolución en términos democráticos. Pero la democracia puede ser muy caprichosa porque, de momento, ni Gerry Adams ni Mandela. El preso nº 8719600510, candidato sin candidatura, el hábil político envuelto en la inhabilitación ni será lehendakari ni optará a serlo. Después del ruidoso portazo del Constitucional el pasado día 6, Otegi, como hacía desde Logroño, sostenía la muleta en la mueca de la sonrisa y dos días antes del inicio de la campaña asomaba un nuevo Aquí y ahora.
LÍDER INDISCUTIBLE Pero Otegi ya había resuelto para sí mismo ser el fundamento de una campaña electoral, tan inédita como sui géneris, donde su nombre no aparece en las listas por inelegible. Como un indiscutible macho alfa, Otegi era el plan A, el plan B y si hace falta el C, presente en los actos mientras el banquillo se mueve y saltan al terreno de juego la legazpiarra Miren Larrion, un peso político artífice del pacto con el PNV y que sacó al popular Javier Maroto del Ayuntamiento de Gasteiz, o la donostiarra Maddalen Iriarte, periodista ligada a EITB y regida por un fuerte compromiso político y social, cuya presentación ante los medios como número dos por Gipuzkoa vino a ofrecer pistas sobre la importancia que imprimía Otegi a su candidatura: de nuevo sonrisas en el Náutico de Donostia, como un Consejo de Gobierno en el Palacio Miramar o un posado del Zinemaldia en la Zurriola. Un póker de reinas que completa otra periodista de EITB, Jasone Agirre, primera por Bizkaia, demostrando la ligazón ya sin retorno entre periodismo y política, la importancia de los rostros populares en las listas electorales y el obligatorio para ser alguien en la cosa pública, casi como un máster, dominio de la televisión.
“Sonreíd, que los tristes son ellos”, decía Otegi desde la cárcel en la campaña de 2015. Un santo y seña que otra vez, aquí y ahora, ocupa todos los espacios, opacando al resto de líderes de EH Bildu, con una revolucionaria sonrisa fruto del atropello y la seducción. Y que el Estado de Derecho le diga que no.