Los partidos y los ciudadanos hemos llegado al día en que el festival de la campaña y sus mensajes o ausencia de ellos en las últimas semanas cobran sentido. Es el sentido del voto, con todo el respeto a la abstención. Hoy no ganarán todos los que se presentan a las elecciones generales. Ellos lo saben y la ciudadanía también.

No son iguales todas las expectativas, tampoco. Algunas se han inflado por intereses más o menos legítimos o interesados. Otras han padecido el castigo de estrategias que no tienen que ver con valores democráticos como la pluralidad y la equidad en el acceso a los medios de comunicación. Pero algunos medios llevamos tanto tiempo poniéndolo de manifiesto y otros tanto obviándolo, que insistir en ello solo conduce a la melancolía.

Entre los mantras electorales está el que asegura que los comicios los ganan quienes atraen al votante de centro. Ocurre que el centro no es un punto geográfico; quizá ni siquiera ideológico, sino más bien un estado de ánimo: el de aquellos que se confiesan votantes indecisos.

Hoy, el centro político está superpoblado. Incluso quienes se reivindican como izquierda alternativa en España y en Euskadi hacen juego de codos por ocuparlo. Unos, como Podemos, fluctuando en función de la semana: tan pronto bebían del entusiasmo helénico de Syriza como anestesiaban las propuestas más populares de redistribución de rentas y subsidio para todo. Otros, como EH Bildu, amparados en un discurso de emancipación nacional barnizado por la presencia de Eusko Alkartasuna en la coalición, de cuya confesa vocación socialdemócrata no habría que dudar pero que, sobre el papel, empasta mal con la mayor radicalidad del modelo socioeconómico y procedimental del resto de la coalición.

Curiosamente, las tradiciones políticas que componían el centro se han visto desplazadas en el imaginario colectivo que traen las fuerzas emergentes. La socialdemocracia ha sido empujada por una izquierda más ambiciosa en objetivos y menos contrastada en procedimientos para sostener el modelo de bienestar. Eso le pasa al PSOE, que se ve achicado por la izquierda y no tiene sitio a la derecha, con la llegada de Ciudadanos. Un fenómeno interesante el de Albert Rivera. Comenzó con un populismo desesperado, posando desnudo en su primera campaña, un puñado de años atrás y ahora, cuando triunfa el reality político, le han acabado dando la razón. Lo que sorprende es que le asignen el centro político a quien abandera el nacional-centralismo, el señalamiento y la laminación de las realidades sociales y culturales nacionales que pretendan escapar del viejo paradigma de los 500 años de historia común. Una versión de UPyD con más dinero detrás y más telegenia.

De modo que, si es cierto que hoy los indecisos están en el centro y decantarán la balanza, hay que saber, en primer lugar, si quieren hacerlo hacia el mismo centro o hacia uno de sus extremos. Y, sobre todo, dónde demonios está ese centro. La otra tradición histórica que ha conformado la Europa del último siglo casi ha pasado a mejor vida. Es la democracia cristiana, tensionada desde la dereha por la corriente liberal-conservadora que hasta hoy se acoge al PP. En Euskadi, el PNV es heredero de aquel pensamiento y una de las pocas excepciones que avanza en otra dirección. En sus filas hay quienes se confiesan socialdemócratas -como el alcalde de Bilbao- y en sus gobiernos hay quienes han acreditado la convicción de que el modelo vasco debe ser el del estado de bienestar. Ese pensamiento social es lo que le diferencia y le ancla al centro político.

El centro está en un compromiso con un modelo social de bienestar y solidaridad que no se conforme con subsidiar hasta la quiebra, ni con someter las condiciones de calidad de la sociedad al crecimiento económico. Las pirámides de sacrificio que identificaba Berger décadas atrás, cuando hablaba de los modelos socialista y liberal puros. El centro es la RGI y el gasto en educación. La sanidad universal y la fiscalidad progresiva. No es ni el tipo único en el IRPF ni uno confiscatorio del patrimonio. Es la I+D y la gestión de los intereses del ciudadano en entidades lo más próximas posibles a él. El centro es el mutuo reconocimiento de lo específico y la multilateralidad subsiguiente en las relaciones que se construyan. Es la conservación de un modelo democrático institucionalizado como fórmula civilizada para resolver las divergencias desde el reconocimiento mutuo de mayorías y minorías y los procedimientos de consenso. Así que, esta noche, podremos comprobar si, de verdad, en Euskadi y en España, queremos opciones de centro. Si estas elecciones se ganan ocupando el centro o bastaba con una puesta en escena de prime time Deluxe.