Lo siento porque no me gusta ponerme tiquismiquis con estas cosas pero eso que dicen Urruzuno y Matute, sencillamente, no existe. No hay carroñerismo político ni de ningún otro tipo porque esa palabra, que ha hecho fortuna con cierta facilidad porque suena fuerte, desafiante y despreciativa, se la inventó alguien en un momento de lucidez o cabreo pero no está recogida en ningún diccionario. Lo que sí existe desde hace rato es el hartazgo. Y son legión los que montan debates sobre los dedos que señalan a la luna mientras hacen como si ésta no estuviera ahí. Pero está. Por mucha gasolina que se le eche encima, está.
Quitamos de en medio todo lo que nos distraiga, de acuerdo. Empecemos por condenar -o rechazar, como quieran quienes quieren- la política penitenciaria española. La que victimiza a las familias de muchos victimarios y a las de muchos otros cuya entrada en prisión todavía no entendemos algunos. La que se ensaña con el enfermo y nos enferma porque de ese modo debilita la ética democrática de una gestión humanitaria de la prisión. Y ya. Ahora, lo otro. Porque si no, en unos meses estaremos hablando de por qué no se les concede la aministía a quienes quemaron los autobuses de los vizcaínos -no del Estado opresor- este último fin de semana.
La claridad argumental no es carroña. La carroña es el enmerdamiento del debate, la ocultación de la responsabilidad propia y el discurso de la balanza para pesar mi sufrimiento y el ajeno y a ver a quién le duele más. O cuántas veces hay que pronunciarse contra la violencia. Una no son pocas, mil no son demasiadas. La justa medida debería estar clara: cada vez.
Pero no lo está. Urruzuno y Matute se ofendieron muchísimo ayer porque la respuesta de su manual no satisface a sus rivales políticos que, por las circunstancias que sean, son hoy representantes de la mayoría social de este país, cosa que hasta la fecha no son Urruzuno y Matute. Ya sabemos -y lo sabemos porque de no ser así su proyecto político no contaría con el margen de confianza social que les convierte en legales- que la violencia está fuera de la estrategia política de la izquierda abertzale. Lo dicen los estatutos de Sortu. Y no sabemos, pero intuimos, que quienes sustituyeron por esta forma de hacer política aquella en la que sí cabía, tienen alguna dificultad en generar en ciertos extremos de su entorno sociopolítico el mismo grado de aquiescencia, respeto y adhesión inquebrantable hacia la nueva estrategia de la que asentaron sobre la antigua.
A esta izquierda abertzale de hoy le toca acompañar hacia la convivencia a lo que quede de la de ayer. A compartir la comunidad vasca, no a achicharrarla. Tiene su dificultad. Durante demasiado tiempo se ha alimentado una retórica que dibujaba un camino cuyo final era la victoria o, al menos, la amnistía y tiene que ser difícil dar explicaciones a quienes lo creyeron y hoy siguen dispuestos a gritarle ¡gora ETA! a un tribunal. Hoy hay víctimas de ETA capaces de desmarcarse de la línea más fácil. La que ha alimentado un establishment español situándoles como arietes de una estrategia de cemento e inmovilidad. Mañana quizá haya familiares de presos que admitan públicamente que sus legítimos derechos no brillan más en una cochera en llamas.