¿cómo deberíamos elaborar la memoria social de la violencia terrorista ejercida y padecida? Con relatos plurales que respeten y compartan unos criterios básicos. Lo cual pide tener intención de honestidad moral al configurarlos, no intención de instrumentalización a favor de intereses partidarios. Esta honestidad se da cuando las memorias que se construyen asumen la perspectiva de las víctimas, que se constituyen así en el “corazón de ellas”. Lo cual implica acoger sus testimonios morales, los de las vivas y los que nos llegan con vibrante silencio de las asesinadas. Partiendo de esta base, los relatos tienen que expresar la verdad de lo que pasó, con sus protagonistas: no solo los hechos brutos, también su evaluación moral, pues lo que acontece decisivamente es el mal. Desde las víctimas, los intereses partidarios legítimos solo tendrán cabida en los relatos si se someten convencidamente a su relativización y purificación: el bien prioritario básico que tienen que incluir es no causar víctimas ni instrumentalizarlas.

Estos criterios genéricos tienen decisivas implicaciones prácticas. Apunto solo algunas. Es intolerable que los victimarios aparezcan en los relatos como héroes, o con justificaciones de sus conductas; la única conducta justificada del victimario es la de su pesar sincero ante sus víctimas, esa que le hace moralmente exvictimario. Es inasumible ofrecer una evaluación memorial a partir del logro de los fines estratégicos: la violencia no está mal porque no sirvió, sino porque quebrantó la dignidad de las personas. Es inaceptable, por contrario a la verdad, presentar el pasado violento de ETA, en la que se personaliza a un pueblo vasco supuestamente unitario, como reacción defensiva frente a la opresión del Estado español. Ante la violencia todos los relatos tendrían que expresar, como juicio moral global: ¡no debería haber sucedido!”; y a la vez: “¡pero sucedió!”. No lo podemos olvidar, ni de cara a las víctimas a las que hay que hacer justicia, ni de cara a nuestra convivencia.

La verdad memorial más rigurosa tienen que hacerla los historiadores. Pero sabemos ya datos básicos, llamados a estar presentes en la memoria social, como este: ha habido agentes victimadores varios, entre los que el violentador fundamental ha sido ETA. Los relatos no deben construirse de modo tal que equilibren violencias, para desactivarlas; tampoco en formas que contrapongan víctimas, en restas entre ellas que las hacen desaparecer. Tienen que mostrar que todas las víctimas, en la solidaridad, son de todos, y en el respeto no manipulador, no son de nadie. En cuanto a la destacada violencia de ETA, el nacionalista no violento honesto debe encontrar una llamada no a la difuminación del dato en el relato, sino a su asunción honesta hecha con intención de autopurificación. Teniendo todos muy presente que en modo alguno hay que hacer que ese dato margine a las víctimas no causadas por ETA. Los relatos de nuestro pasado violento elaborados con estos criterios, nos tendrán que perturbar moralmente en grados y modos diferentes según nuestras responsabilidades. Es importante que se trate de perturbaciones que alientan estímulos de transformación.

Catedrático de Ética y director del Centro de Ética Aplicada Universidad de Deusto