Desde el momento en que se puso en marcha en Euskal Herria -ya sea desde las instituciones o desde las fuerzas políticas- la recuperación de la convivencia tras cinco décadas intolerancia violenta, entraron en escena dos mantras esgrimidos por quienes desde el poder se mueven más confortablemente en la confrontación.
El primero: no se debe equiparar a las víctimas.
El segundo: no se puede aceptar la teoría del conflicto.
De estos dos mantras hacen uso y abuso lo mismo para torpedear cualquier acuerdo que pretenda conocer mejor nuestro pasado, que para cerrar la puerta a cualquier proyecto de reconciliación.
Por burdo e inaceptable voy a prescindir de demasiadas reflexiones respecto al empeño en aplicar la consideración de víctimas solamente a las producidas por ETA, a las “suyas”. En consecuencia con esta discriminación, no admiten ningún homenaje, ningún respeto público, ningún escenario compartido. Las víctimas de la violencia policial o de cualquier otra causa de motivación política que no proceda de ETA, no les merecen ninguna atención, ningún miramiento. Como alguna vez se ha aludido en esta columna, se aplica la misma discriminación que aplicaba el franquismo en la postguerra: los dañados del bando sublevado eran “caballeros mutilados”, y los dañados del bando republicano eran “putos cojos”.
Otra consideración merece el enunciado emblemático del rechazo frontal a la denominada teoría del conflicto, para justificar el proceder reaccionario de quienes se encuentran más cómodos en ese escenario de confrontación que han rentabilizado electoralmente desde que su líder José María Aznar así lo decidiera.
Se supone que la teoría del conflicto, esgrimida como pretexto para rechazar cualquier proyecto de distensión, se basa en no aceptar ninguna propuesta que provenga de quienes se les atribuye una base ideológica que justifica o hubiera justificado el recurso a la violencia para la solución de un problema de origen político. Entendiendo como problema el conflicto político no resuelto que enfrenta a Euskal Herria con España. Aquí, dicen, no ha habido ningún conflicto político. Aquí, dicen, solo ha habido una banda de violentos que han asesinado a demócratas.
A cuenta de la teoría del conflicto se ha levantado una muralla contra cualquier intento de normalización de las relaciones políticas y sociales en este país. No se tiene en cuenta, ni siquiera se lo plantean, que va para cuatro años que el uso de la violencia se descartó definitivamente por quienes la practicaban. No se tiene en cuenta que la reflexión sobre lo inútil y lo injusto de la práctica de la violencia llevó al sector social que hasta entonces la apoyaba, a rechazarla e impulsar a los violentos a abandonarla.
A cuenta de la teoría del conflicto, el Gobierno del PP ha decidido perpetuar la atmósfera de odio y de revancha que le demandan sus criaturas más rentables, llámese su caladero de votos ultraderechistas, o sus colectivos de víctimas más fanáticos, o sus paniaguados mediáticos esparcidos por tertulias y salas de redacción.
A cuenta de la teoría del conflicto, para que quede claro que a los malos ni agua, se cerró de un portazo la vía Nanclares, se reafirman en el mantenimiento de la dispersión de los presos vinculados por los jueces a ETA, se les niegan las disposiciones favorables incluidas en la reglamentación penitenciaria, se desacata la normativa europea que no les gusta. En definitiva, se rechaza para esos presos cualquier posibilidad de reinserción.
A cuenta de la teoría del conflicto se dificulta y, en su caso, se impide toda iniciativa orientada a la confluencia de voluntades y programas para cumplir los requisitos de verdad, justicia y reconciliación que facilitarían el paso para establecer una Memoria equilibrada y honesta.
A cuenta de la teoría del conflicto se niegan a facilitar las condiciones para que ETA dé por finalizada de manera ordenada y definitiva su actividad.
Claro que no hay que cerrar los ojos a la realidad de que en la otra parte, en el otro extremo, todavía hay quienes recurren a su propia teoría del conflicto para justificar lo injustificable, para no apearse de ese viejo tren que ya pasó, para aferrarse a un pasado de errores y torpezas en el que nada tienen que ganar y todo que perder.
La mayoría de la sociedad vasca reconoce que entre Euskal Herria y España existe un conflicto no resuelto, un conflicto que en ningún caso podría solucionarse por las armas o recurriendo a la violencia. Por esta parte, las representadas en las instituciones vascas, es evidente que existe una voluntad política para resolver el conflicto mediante la negociación y el acuerdo. Pero el conflicto más grave es la nula voluntad por la otra parte para resolverlo, porque siguen empeñados en que ETA es una banda de forajidos y asesinos. Y ya puestos, no hay ninguna posibilidad de negociar con quienes ni remotamente compartieran con ETA estrategias o bases ideológicas.
Y es que el Conflicto propiamente dicho, para ellos, es el nacionalismo vasco.