En estos tiempos, más que nunca, se ha instalado en la sociedad una abrumadora desafección hacia la forma de hacer política a la que nos han acostumbrado algunos destacados profesionales de la cosa pública. Hace pocos años nadie hubiera imaginado que “los políticos” iban a ocupar tan eminente lugar entre las preocupaciones ciudadanas, hasta el punto de que ya es habitual definirlos como “clase política” o, con la actualísima y despectiva descripción de “casta”.

Ahora que los tiempos nos han precipitado en el terreno electoral, cunden los nervios y se olvidan las lecciones que debían haber sido asimiladas por quienes han sido señalados directamente por la ciudadanía como culpables de la penosa consideración que se atribuye a la política. Vuelven los mismos errores, los mismos tics, los mismos comportamientos que han provocado esa desafección reiterada en las encuestas. Unas encuestas, por cierto, inquietantes por la posibilidad que anuncian de vuelcos, de cambio de época, de final del dominio de los de siempre.

La primera voz de alarma ha sido la exhibición de poder de los “aparatos” de los partidos, especialmente en los dos grandes de la alternancia. El denominado “aparato” de un partido es ese núcleo reducido de dirigentes que a lo largo de los años se ha ido haciendo fuerte gracias al control férreo de sus estructuras. El “aparato” procura perpetuarse, vigila que no se produzca ningún movimiento interno que lo desestabilice, impide cualquier renovación que ponga en riesgo su dominación y control absoluto y frena cualquier iniciativa interna que cambie el status quo. En momentos como el actual, el “aparato” es pura máquina electoral.

La ciudadanía, poco a poco, va siendo consciente de la perversidad del “aparato” de los partidos, porque la sufre en su propia sensibilidad política al ver cerrados los caminos de la libertad, de la igualdad, de la justicia social, a cambio de su estabilidad y su perpetuación. Sorprendería conocer el enorme poder interno que todavía mantienen en algunos partidos personajes que hace lustros dejaron de figurar en la primera fila de la acción política.

Hemos asistido últimamente a episodios lamentables en los que la presión del “aparato” ha desestabilizado el funcionamiento interno de partidos como PP, PSOE, IU y PSE. La ciudadanía no entiende que afiliados a los que las bases de los partidos apoyan mayoritariamente sean víctimas de decisiones autoritarias cuya procedencia está en esos “aparatos” que impiden todo lo que no controlan e imponen su decisión para que nada cambie. Los candidatos anunciados a las alcaldías de Donostia y Gasteiz por parte del PP y PSE respectivamente han sido bruscamente descartados por decisión de los “aparatos”, que han impuesto a dedo sus aspirantes ante la estupefacción y descrédito de los recusados. Sumergirnos en el lodazal del PSOE madrileño sería ya considerar como real el suicidio político y el desencanto social que escucha alucinado a Pedro Sánchez proclamar en Barakaldo aquello de “nosotros limpiamos, mientras ellos tapan”.

De las advertencias reiteradas en las encuestas, no han aprendido nada. La tentación de embarrar el terreno electoral en cuanto se acercan los comicios es otro de los errores que siguen reiterando algunos partidos, sin tener en cuenta que trasladan a la ciudadanía lo más rastrero de la política: la sospecha de corrupción, el “y tú más” y el “calumnia, que algo queda”.

En este deleznable agitar el ventilador de la mierda se han esmerado estos últimos días el PP vasco y EH Bildu, que en su convicción de compartir con el PNV algún caladero de votos acusan a los jeltzales y a su Gobierno de supuestas implicaciones en temas de corrupción. Especialmente virulentas han sido las incriminaciones provenientes de la izquierda abertzale, aprovechando episodios tan coyunturales como controvertidos como el de Kutxabank, el consejero Toña, Hiriko, Bidegi, o EITB. En todos estos casos, EH Bildu ha arremetido con extrema dureza contra el PNV en una escalada verbal y provocadora quizá anticipadamente calculada. No importa que sea o no real la implicación del adversario en supuestos penales o de responsabilidad política. El caso es que el terreno electoral quede embarrado, por si el fango salpica al rival en la opinión pública.

En esa táctica repugnante anda la caverna mediática contra Podemos, sin tener en cuenta que están contribuyendo a que la ciudadanía, harta de tanta basura esparcida a gritos, insultos y embustes, acabe por posicionarse con los agredidos con tanta virulencia.

Y es que todavía no han aprendido que esas prácticas rastreras, ese enfangar el terreno político, provoca el rechazo cada vez más intenso de esta sociedad que lo viene advirtiendo cada vez con más contundencia.