e van a perdonar. Para una vez que aparece el menda en este espacio tan codiciado, lo hace para, como antaño, plantear las circunstancias más pueriles. Supongo que ya es tarde para cambiar. El caso es que se me ha planteado un problema mayúsculo que no sé cómo resolver. Pandemia mediante, mi armario se ha llenado de toda una colección de mascarillas de colores y materiales diversos, cada cual, ideada para una situación concreta. Las hay para ir a trabajar, más formales; otras, con grecas y colores que, lógicamente, nacieron para acompañar como complemento ideal en el pendoneo; y, claro está, ahí están las utilizadas para tomar la caña en la terraza de turno, haga frío, calor o caigan chuzos de punta, que ha sido el caso en las últimas jornadas. La puñeta es que desde este sábado, toda mi colección de prêt-à-porter de tapabocas va a pasar, irremediablemente, a un segundo plano debido a las disposiciones jurídicas aprobadas por el Gobierno central, que quiere ver el final a un túnel pandémico que ya aburre a María Santísima. Y, por favor, no me malinterpreten, que estoy encantado de que la cosa mejore, pero es que me da dolor de corazón no utilizar en la calle mi colección de artículos covid, que con tanto ímpetu he coleccionado.