u adiós era algo que podía intuirse viendo el poco protagonismo a lo largo del curso. Y si Calleja así lo quería, pues no había otra salida. Los clubes de fútbol no deberían ser una especie de ONG a la hora de hacer contratos vitalicios a sus jugadores si creen que no están en condiciones de competir al máximo nivel o ha acabado un ciclo. Los sentimentalismos deben quedar a un lado, pero no cabe duda de que el adiós de Manu García ha sido un gran bajón para el alavesismo. Nadie mejor que él para encarnar las virtudes que debe reunir todo capitán: sacrificio, compañerismo, pundonor, coraje, orgullo... Un currela incansable al que nadie ha regalado nada y que ha conocido el lado menos glamuroso del fútbol en la Preferente. Y todo ello en el equipo de su ciudad. Ya se sabe que no es fácil ser profeta en tu tierra -si no, que se le pregunten al bueno de Pablo Gómez que todavía sigue mosca por la música de viento que, a menudo, le dedicaba Mendizorroza-. Y, por cierto, para los que renegaban de su calidad, ahí están esos 144 partidos en Primera División, algo de lo que no todo el mundo puede presumir. Para rematar la faena, un futbolista discreto, sin tatuajes, sin coches de lujo de los que alardear cuando iba a entrenar. El gran capitán dejará un vacío difícil de llenar en el vestuario.