an a perdonar mi retranca, pero estas navidades están siendo de lo más llamativas. Ahí está la insistencia del coronavirus que todo lo puede, pero también la constancia de una parte de la Humanidad, que parece emperrada en facilitar su final o, al menos, el de alguno de sus congéneres. La llegada de las vacunas a nuestras residencias de mayores como paso previo a su generalización parece haber actuado como espita para aquellos a los que la realidad les importa tanto como un zurullo canino en la acera. Pese a la meteorología adversa que nos está tocando en suerte los últimos días, la querencia por disfrutar de la hostelería sigue intacta, gracias a Dios. El problema llega cuando el poteo impone ritos y costumbres entre los más inconscientes, que hacen que cualquier medida preventiva sea mera entelequia, haciendo la vida imposible a los profesionales de bares y restaurantes, que bastante hacen con intentar vivir, y poniendo en riesgo al resto de los vecinos. Supongo que forma parte del carácter humano aquello de tropezar varias veces con la misma piedra, pero sigue llamando la atención que haya gente que disfruta repitiendo una y mil veces sus topadas con el pedrusco en cuestión. Está visto que muchos no somos capaces de aprender.