ay circunstancias vitales que invitan al recogimiento y a la reflexión. En mi caso, supongo que este año, plagado de noticias escabrosas y de incertidumbres, puede ser el ideal para iniciar ese ejercicio de introspección personal para analizar y descubrir qué aspectos de mi existencia son susceptibles de arreglar. En esas estaba cuando he caído en la cuenta de que, coronavirus aparte, sigo en la misma situación que hace 12 meses. Creo que no me he movido un ápice en mi recorrido por este valle de lágrimas y que, salvando las distancias, estoy como estaba, eso sí, más viejo, con una panza más prominente y con alguna ansiedad añadida pero, en lo básico, igual. Entiendo que inmerso en una profesión como esta en la que he caído, que consiste en relatar lo que ocurre desde la imparcialidad más respetuosa posible, uno tira de oficio, de cadencias, de costumbres y de experiencias y obvia otras circunstancias que, al menos de primeras, quedan relegadas a un segundo plano. Supongo que, cuando toque parar y apearse de esta vorágine diaria, llegará el momento de hacer frente a esas latencias ahora aletargadas. Aunque, visto lo visto, y a lo peor, no nos queda ni tiempo para respirar con cierto sosiego y tranquilidad. Que Dios no lo quiera.