levo una mañana complicada, sobre todo, porque durante la noche no he sido capaz de cerrar los ojos más allá de 10 minutos seguidos. Y mira que ya estaba prevenido. Pero no hay manera. Será el periodo de relajo ante la pandemia que nos hemos permitido durante los últimos meses y que nos ha llevado a sumergirnos hasta el corvejón en lo peor de la crisis sanitaria que, al parecer, sólo se había disimulado para regresar con la mayor de las virulencias llenando, para nuestra desgracia colectiva, de nuevo UCI y morgues. En fin, les decía que estoy un tanto disperso porque estoy intentando interiorizar el vademécum de reglas, casuísticas, excepciones, posdatas, añadidos y aclaraciones inherentes al nuevo estado de alarma. Y ha sido en ese empeño cuando me ha superado un desasosiego vital absoluto al percatarme de mi falta de formación y de que a mi currículum le faltan aún un par de másteres en gestión de desgracias y en derecho aplicado a situaciones de ruina social, como parece el caso. Supongo que será cosa mía y de mis entendederas un tanto restringidas, pero agradecería que en esta época de lágrimas, aquellos que tienen que tomar decisiones para garantizar el bien común hiciesen un esfuerzo por la didáctica y por la sencillez. Yo lo agradecería.