arece que alguien nos ha mirado con ojeriza. Es la única respuesta que soy capaz de encontrar ante el inicio del curso un tanto catastrófico que nos está tocando padecer. Supongo que mis lamentos, en parte, son los que se han generalizado entre el personal que, en la época del covid-19, está lidiando con los inconvenientes propios de una sociedad primeriza en el sufrimiento provocado por una pandemia. Porque ya solo salir a la calle se ha convertido en un ejercicio extra de previsión y memorístico para no obviar ninguno de los aspectos que obliga la gestión de la logística precisa para no dar tregua al bicho del demonio. Que si mascarilla, que si gel hidroalcohólico para embadurnarse hasta el cogote, que si lavarse las manos cinco veces al día con agua y jabón y lija abundantes, que si las toallitas antisépticas por si las moscas, que si... Vamos, que vivir se ha convertido en un sindiós, y más si a todo ello se suman la pléyade de conflictos generados por la gestión de las derivadas del coronavirus, las pancartas en las calles de aquellos cuyo trabajo pende de un hilo, que son legión, y esa caterva de politicastros, muy propia en según qué ámbitos, que se empeñan en ilustrar su ineptitud a ritmo de titular diario para sonrojo de propios y de extraños. Supongo que en la historia ha habido años mejores.