o sé yo. A lo mejor es la edad. O, simplemente, las pocas ganas de regresar a la faena diaria. El caso es que me ha costado asomarme de nuevo a este rincón del periódico. No acostumbro a ser remolón, pero tienen que entenderme. Aún me queda fresco algo del recuerdo de las vacaciones pasadas y ya empiezo a notar el abrumador peso sobre los hombros de los meses que restan para recuperar nuevamente ese pequeño respiro estival. Y mira que este año, lo de disfrutar de varias semanas de asueto, ha sido una cuestión de perseverancia, con un coronavirus que lo ha complicado todo hasta el punto de mantener al personal responsable con el mostacho remojado tras la sempiterna mascarilla y con las manos en ruina embadurnadas minuto sí y minuto también en el abanico de geles hidroalcohólicos dispuestos por doquier en chiringuitos, terrazas, tiendas y bulevares. Supongo que es lo que toca tras comprobar cómo el bicho del demonio se ha puesto las botas a lo largo y ancho de un mes de agosto en el que se ha abierto nuevamente la temporada de los dramas sanitarios ligados al covid y a la inconsciencia de muchos, que habían dado por muerta la infección cuando ésta solo estaba de parranda. En fin, que Dios nos pille confesados.