A las puertas de las celebraciones navideñas, salpicadas de planes más o menos obligados, felicitaciones más o menos fingidas y excesos más o menos inevitables, cada uno afronta lo que viene como quiere, como puede o como le dejan. Hay quienes se zambullen de cabeza en este mar de festejos, brindis y buenos propósitos. Otros estarían gustosos de hacerlo así pero no pueden, bien sea por trabajo, ausencias o calamidades que convierten estas fechas en una época a superar cuanto antes. También hay quienes ni fu ni fa: pasan estos días como cualquier otra época, poniendo buena cara pero sin mayor interés o predisposición, ni positiva ni negativa. Y luego está el grupo de los cascarrabias. Son aquellos a quienes estas fechas les parecen odiosas, llenas de buen rollo artificial, pesados compromisos y consumismo exagerado. No entienden que otros respiren distinto coincidiendo con el cambio de año y no dudan en criticarlo a los cuatro vientos. No les quito la razón en muchas de sus reflexiones, sobre todo las relativas a la hipocresía, el gasto desmedido y el falso buenismo pero aprovechar la mínima ocasión para soltar la perorata resulta igual de cansino que lo opuesto. Lamento decirles a estos aprendices de Grinch que forman parte del paisanaje de la Navidad que dicen aborrecer. Estos días no serían iguales sin ellos.
- Multimedia
- Servicios
- Participación