as por los bares o hablas con los amigos y llegas a la conclusión de que, en general, la gente no sabe a qué atenerse. Casi todo son suposiciones y vaticinios catastróficos sobre lo que está por venir. Que si nos van a cerrar, que si nos confinan otra vez, que si prohíben fumar, y beber, que adiós a las reuniones sociales, a las vacaciones, que los trabajos están en el aire, que si no va a haber clases, que sí, que sí pero no, que unos días sí y otros no, que no hay quien se organice si los chavales se quedan sin colegio... Da la impresión de que de un tiempo a esta parte vivimos a salto de mata, como adolescentes que no miran más allá del próximo minuto. Y, claro, así no hay quien viva. O sí, depende de cómo te lo plantees. No niego que cierta improvisación tenga su gracia, que algunos consideren atractivo replantearse a menudo las situaciones en lugar de planificar al detalle los próximos veinte años de tu vida. Muchos otros, la mayoría, se sienten mucho más cómodos en la rutina sin tener que afrontar cambios imprevistos, sin más desequilibrios de los estrictamente necesarios. Los gobernantes no ayudan demasiado a centrar el tiro porque ellos también van improvisando en función de esta cambiante realidad que impone la pandemia. Y me da que esto va para largo... sin vacuna o con ella.