unque estamos lejos de volver a los buenos tiempos, poco a poco el ambiente en nuestro querido templo del cortado mañanero va recuperándose. Incluso hay vida en la barra, más allá de que sea un espectáculo ver a los viejillos estirar los brazos de vez en cuando para comprobar que el de al lado está lo suficientemente lejos como para no andar con problemas con el distanciamiento social. Parece aquello La caza del Octubre Rojo y la maniobra del Loco Iván. Si te despistas, hostión que te llevas. Eso sí, es mejor que si estás en el local no se te ocurra toser o estornudar, porque miles de ojos se centran en tu persona al instante como si fueras el mismísimo Belcebú, corriendo el peligro de que, sin preguntar, te pongan una bolsa de basura encima y te echen a patadas. No se ha dado el caso todavía de llegar a este extremo, pero el otro día le tuvimos que decir a uno de los habituales que no se cortase, porque se estaba aguantando una tos y su cara roja estaba empezando a tornar en azul. Así que los viejillos nos tienen a raya, sobre todo porque sostienen que los jóvenes -o sea, nosotros, que de adolescentes ya no nos queda ni el recuerdo- estamos empeñados en contagiarles para no tener que gastar tanto en pensiones. Santa paciencia la que hay que tener...