no soy de los que invierte las últimas horas del año en ponerme deberes para el siguiente. Ya sé que muchos se afanan en elaborar listas de intenciones con el firme propósito de cumplirlos a rajatabla una vez superados los excesos gastronómicos y etílicos de las fiestas navideñas. Y soy también consciente de que esos deseos se difuminan tan rápidamente como la pereza de volver al trabajo y restablecer las rutinas. “Llevo ya dos meses apuntado al gimnasio y no he bajado ni un kilo. Voy a tener que ir a ver qué pasa”. Al cabo de muy poco tiempo, somos tan vagos o enérgicos como antes y es por eso que prefiero evitar frustraciones innecesarias. Ahora bien, por una vez y sin que sirva de precedente, voy a expresar un deseo para el ejercicio entrante: que se habilite transporte público para retornar a casa a los miles de adolescentes que salen a disfrutar de la juerga nocturna más allá de las uvas. Resulta que la noche que más gente alterna del año no hay autobuses ni tranvías a partir de las seis y media de la mañana. Y es precisamente pasada esa hora cuando la gran mayoría comienza a retirarse para descansar. Teniendo en cuenta dónde reside la mayor parte de la población en Vitoria, que no es precisamente en el centro, me parece del todo conveniente la consideración.