Estoy convencido de que lo cortés no quita lo valiente. Me explico. En una sociedad en la que están de moda los extremos -el blanco o el negro, las izquierdas o las derechas, el Barça o el Real Madrid, Android o Apple-, hay que reivindicar los matices que, al fin y al cabo, son la esencia de la naturaleza y la riqueza de la sociedad. Bajo esa perspectiva, el otro día aprendí una lección difícil de olvidar. En el marco de una reunión familiar, a la que se acostumbra a acudir peripuesto, por placer y para evitar el ineludible y postrero qué dirán, pude observar una acción que, de un plumero, quebró todas las convenciones planteadas hasta la fecha. A falta del espacio adecuado, un manojo de puerros, llamado a equilibrar la dieta del destinatario en días venideros, acabó en el interior de un bolso de diseñador italiano, grande como un saco y delicado como una pluma. El momentáneo disgusto de la propietaria al descubrir la multifunción del complemento se compensó con la sensación de haber descubierto que la estética no tiene por qué anular otras capacidades. Ahora bien, supongo que a la afectada por la acción descrita no le hará ni pizca de gracia que su shopper de firma desprenda un olor a puerro capaz de espantar hasta a las moscas.