No sé si será por los efectos del cambio climático o por la insistencia en cocer poco a poco y en su propio jugo al personal que hace que estas páginas salgan a diario demostrada por los gestores del sistema de calefacción del edificio en el que se ubica la redacción en la que trabajo, pero el caso es que hablar y escribir de la cumbre climática que se celebra en Madrid me acalora. Y mucho. Supongo que, con el paso del tiempo, hay circunstancias que tolero mejor y otras que me sacan de mis casillas, entre ellas, aguantar la venta indiscriminada de eslóganes verdes cuando, aún y por desgracia, el medio ambiente y la sostenibilidad son rara avis para según qué instituciones y para según que políticos que, eso sí, no se pierden una a la hora de alardear de lo que haga falta para aparecer en la foto y tirar de marketing para reforzar su imagen pública, sea en un foro medioambientalista, en una reunión de cazadores de pichón o en un simposio de seguidores de la saga de La guerra de las galaxias. Por desgracia, la humana es una raza que ha demostrado a lo largo de la historia una credulidad a prueba de acontecimientos. Sólo espero que, en este caso, los lemas de los equipos de asesores de los líderes del mundo vayan más allá de las palabras vacías.