ué tendrán los extremos, que tanto nos atraen? ¿Por qué, cada vez más a menudo, las cosas y las personas (cantantes, futbolistas...) o nos fascinan o las aborrecemos, sin término medio? Otro ejemplo acabamos de verlo en las recientes elecciones de Madrid y en el eslogan que pretendía reflejar esa polaridad: "Libertad o comunismo".

Para encontrar una respuesta, partimos de que ser radicales no es exclusivo de nuestro tiempo (como demuestra la Historia). La polarización aparece en cualquier momento, cuando las personas no reflexionamos con serenidad y nos dejamos llevar por la visceralidad. Ello se debe a que, en el debate irreflexivo, todo es blanco o negro. Para llegar al gris, hay que pararse, analizar pros y contras de lo que juzgamos. Y esto sí que nos falta en nuestra época de comida rápida y transportes express... Tic tac. Época de política a golpe de tuits que quepan en tres líneas... Tic tac. Época en la que apenas duramos unos segundos en cada página de internet... Tic tac. Todo es perecedero, trepidante, veloz. Y en este contexto, es imposible pensar: solo sentimos. Consecuentemente incluso opinar lo hacemos con brocha gorda, sin matices. De hecho, investigaciones neurológicas están alertándonos de que se nos está olvidando reflexionar. Se nos están oxidando las capacidades cerebrales de profundizar (cualquier día los catálogos de actividades municipales incluirán talleres para sentarse en un sofá y aprender a pensar).

Lo paradójico es que, en el fondo, los mensajes precocinados nos gustan. Igual que cuando consumimos una hamburguesa de determinada cadena de comida rápida (aun sabiendo que no es saludable), sentimos atracción por las ideas poco elaboradas. Ser conscientes de ello, puede ser el primer paso para no dejarnos arrastrar por polos que, además de opuestos, están diseñados para ser sobre todo apuestos.