El incendio sufrido por la fábrica responsable de elaborar los productos que se comercializan bajo la enseña Lea en los lineales de establecimientos de medio mundo dejó alguna de las imágenes más trágicas y espectaculares que se recuerdan en la capital alavesa. El humo negro se enroscó en el aire creando una siniestra figura de formas indefinidas que se pudo contemplar a decenas de kilómetros de distancia... Y también a escasos metros de las instalaciones industriales afectadas, en las que la Policía Local se tuvo que emplear para evitar la acumulación de curiosos. Evidentemente, lo acontecido forma ya parte de la historia de Gasteiz, por su trascendencia mediática y empresarial. Pero primar el efecto Santo Tomás, el ver para creer, sobre la seguridad, me parece un despropósito. Supongo que la curiosidad es una de las partes innatas que han definido evolutivamente al ser humano y que lo diferencia de otras especies que ante la posibilidad de una catástrofe, tienden a cobijarse lo mejor posible y a quitarse de circulación. Gracias a Dios, el siniestro no acarreó daños personales irreparables, aunque la fábrica quedó en muy mal estado. El humo generado por la combustión de aceites y similares sí obligó a confinamientos y desalojos muy puntuales.