lexei Navalni, jurista de 44 años, es conocido fuera de Rusia como archienemigo y máxima víctima del presidente Putin. En Rusia misma se le conoce más como el más pasional de los ambiciosos que pueblan el espectro político del país.

Y el maridaje de pasión y ambición rara vez es para bien; incluso en Rusia. Porque si hoy en día Navalni -que lleva 22 años pugnando por ser primera figura política- es el adalid de la denuncia de la corrupción administrativa, hasta bien mediada su trayectoria política fue el promotor de un nacionalismo étnico y excluyente que dejaba en pañales el América first de Donald Trump. Aún en el 2011 Navalni se ratificaba en sus propuestas de expulsar a todos los georgianos de Rusia porque eran súbditos de un país con el que estaban en guerra. Y de paso, tratar con mano dura y hostilidad a la inmigración laboral. La mayoría de los trabajadores forasteros en la Rusia de hoy son ciudadanos de las antiguas repúblicas soviéticas asiáticas así como de Ucrania y Moldavia.

Ese radicalismo nacionalista y racista de tan mal recuerdo en el siglo XX es quizá la fase más sorprendente de sus periplos. Porque los primeros pasos políticos de Navalny fueron por el sendero de un liberalismo absoluto. Así, en el 2000 se afilió en el partido Yabloko, entidad que trataba de movilizar a los liberales y demócratas parlamentarios del país.

Pero en Rusia esta oferta política no gozó nunca del favor de las masas y, aún peor, quedó mal herida después de los años de Yeltsin en el Kremlin. Navalni tardó algún tiempo en percatarse de que con este ideario no tenía futuro. Pero en ese tiempo su actividad fue casi frenética y tan egocéntrica que acabó enfrentado con el hombre fuerte del partido, Grigori Yavlinsky. La pugna la ganó este último y Navalni fue expulsado de Yabloko en el 2007.

La incursión en el nacionalismo acerbo tampoco le aportó gran cosa a su carrera. Pero si sirvió para llamar desagradablemente la atención de Vladimir Putin y su equipo; el patriotismo -como tantas otras cosas- ya se lo había adjudicado el partido de Putin y en Rusia el poder nunca ha estado dispuesto a compartir nada con nadie.

Las cosas llegaron a la confrontación abierta y consiguiente persecución implacable del régimen contra Navalni cuando este descubrió el filón de oro para sus denuncias: la corrupción de la Administración Pública. Con este tema consiguió atención y seguidores y la inquina del poder. La corrupción es endémica en el Este de Europa, pero indigna en cada momento a los ciudadanos contra los que están mandando. Y las acusaciones de Navalni empezaron a tener cada vez más resonancia en la opinión pública nacional y en la prensa internacional. Y más seguidores entre los activistas políticos, disidentes y el público en general, ya muy irritado por el encarecimiento de la vida (causado principalmente, por la baja del precio mundial de los hidrocarburos, una de las principales exportaciones rusas).

El último episodio hasta ahora de la confrontación Navalni-Putin ha sido el extraño envenenamiento del primero, suceso que ha incrementado tanto la popularidad del opositor que más de uno ha querido creer la tesis del Kremlin de que el envenenamiento fue una escenificación del propio Navalni y no de los servicios secretos rusos sugería . Difícil de creer, pero en Rusia todo es diferente.