ue levanten la mano las personas que utilizan el baño como escapatoria infantil. Venga... ¡Vergüenzas fuera! Que sí, que todas estamos súper implicadas en la crianza, hemos leído millones de libros y seguimos en Instagram a todas las gurús sobre maternidad. Todas lo hacemos lo mejor que podemos y estamos a full desde el punto de la mañana. Pero todas, toditas todas, necesitamos un respiro. Y estoy segura de que para muchas vuestro refugio es el baño. ¿Qué apostamos? El mío, desde luego, lo es. Vaya por delante que en mi caso no es nada nuevo. De pequeña encontraba entre los azulejos, el lavabo, el váter y el bidé un lugar de tranquilidad absoluta, alejada del jaleo del hogar. Por aquel entonces no me dejaban usar el pestillo pero, ahora que puedo, recurro a él sin remordimientos. El baño para mí, además del evidente espacio para el alivio de algunas de las necesidades fisiológicas más básicas, es una especie de fortaleza a la que acudo para leer, echar un vistazo al móvil (sí, soy de esas que recela de él delante de sus criaturas pero luego se despacha a gusto en la intimidad; ¿algo que objetar?), charlar con alguien e, incluso y por qué no reconocerlo, contar hasta diez cuando noto la vena hinchada como una morcilla y se avecina tormenta en el paraíso. Eso sí, la jugada no siempre me sale bien. Porque a veces, obviamente, mis criaturas se rebelan ante esta necesidad y se apostan en la puerta del WC para gritar, dar patadas o, si les ha pillado la huida por sorpresa pero de buen humor, pasarme notitas por la rendija de la entrada. Normalmente yo aviso de la urgencia de estar 5 minutos a mi bola y escapo rápidamente para aprovechar el efecto sorpresa. Si cuento con apoyo paterno, la cosa va mejor. Y si estoy sola ante el peligro... Procuro recomponerme rápidamente y prepararme para lo que me voy a encontrar cuando salga... Ais....