Me imagino a Umberto Eco, allá donde esté, sonriendo con un puntito de cinismo al ver que Pirineos abajo se ha hecho popular el concepto Máquina del fango que desarrolló en Número cero, la última novela que vio publicada en vida.
La trama de la obra no es en absoluto fantasiosa. Trata de un falso diario que chantajea a personajes públicos de la esfera del poder mostrándoles números cero de la publicación que recogen noticias inventadas sobre sus vidas o sus actos. Casi exactamente el mismo modus operandi por el que fueron encarcelados el secretario general del seudosindicato Manos Limpias, Miguel Bernard, y el presidente de la fingida asociación de consumidores de banca AUSBANC, Luis Pineda.
Y, sin llegar al extremo de lo que se presenta en la novela de Eco, lo que hacen un puñado de cabeceras digitales que subsisten contra toda lógica de mercado. ¿Cómo es posible que, prácticamente sin generar ingresos puramente comerciales, haya publicaciones que se permitan una docena de columnistas con los cachés más altos del gremio?
En plural
La pregunta sirve para muchos chiringuitos del ultramonte, pero no es ajena respecto a otros de la acera ideológica contraria.
Ahí quería llegar yo con el intencionado plural en el título de estas líneas. No hay una sola máquina del fango sino muchas y de muy variada obediencia y motivación, que ni siquiera es siempre estrictamente política. A veces, el lodo se lanza contra rivales económicos, como estamos viendo en diferentes episodios en el olimpo financiero y empresarial.
Por lo demás, la utilización del término fango cuatro veces por parte de Pedro Sánchez en su célebre carta ha contribuido a una simplificación casi infantil del fenómeno.
No. La máquina del fango no es solo la propagación de bulos. También es la difusión de insultos groseros, las provocaciones en redes sociales y, por supuesto, los linchamientos orquestados de “enemigos del pueblo” de variado perfil, a veces, simples plumillas que cometen el delito de manifestar una opinión diferente a la que marca la ortodoxia.
En Euskal Herria es algo tan viejo como dar sentido al clásico “Algo habrá hecho”.