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Rubio de bote

Patxi Irurzun

Lacha

La literatura es uno de los pilares de mi vida y, en ese sentido, a pesar de que la timidez sea un viacrucis diario, también le debo y agradezco esa vocación tan arraigada.

LachaFreepik

Las personas tímidas tenemos superpoderes. Por ejemplo, la capacidad de vivir la vida tres veces. La primera, anticipando o previendo aquello a lo que nos vamos a enfrentar −situaciones tan terribles como pedir un café en un bar: “¿Cómo le digo?”, piensas mientras te diriges a la barra, ¿“Un café con leche, por favor”?; o mejor “¿Me puedes poner un café con leche”?−; la segunda, el momento en que realmente suceden las cosas: “Cuando puedas, un café con leche”, le sueltas finalmente al camarero; y la tercera, cuando revives lo que has hecho o dicho y te fustigas por ello: ¡¿“Cuando puedas, un café con leche”?! ¿No habrá sonado con retintín, no habrá pensado que estoy insinuando que remolonea un poco?…  

Como se ve, son unos superpoderes de mierda. Vives la vida tres veces, sí, pero las tres con vergüenza, angustia y culpa. Yo me enfrento a ese tipo de situaciones cada día. Soy tímido desde que era niño y eso ha determinado todo en mi vida: lo que hago, pero, sobre todo, lo que dejo de hacer; lo poco que digo y lo mucho que callo; lo que soy y lo que podía haber sido... Por fortuna creo que la timidez también ha determinado que, para compensar ese rasgo de carácter, me dedique a la escritura, donde he encontrado un espacio en el que comunicarme no me da vergüenza. La literatura es uno de los pilares de mi vida y, en ese sentido, a pesar de que la timidez sea un viacrucis diario, también le debo y agradezco esa vocación tan arraigada. 

Sobre todo ello reflexiono en un pequeño ensayo que acaba de publicarse, titulado 'Lacha' (la palabra lacha es una manera de referirse a la vergüenza en algunas zonas de Navarra), en el que cuento mis peripecias, a menudo patosas, relacionadas con la introversión, junto con conversaciones con otros tímidos, una entrevista con un psicólogo clínico, anécdotas de tímidos ilustres, como Agatha Christie o Angus Young…  

Y para mi sorpresa (pues el tímido cree que sus padecimientos solo le suceden a él), gracias a ese libro, voy descubriendo que existen miles de “lachosos”. “Yo también soy tímida”, me confesó, por ejemplo, una técnica de sonido, al acabar una entrevista telefónica a la que ella me había dado paso; “Voy a regalarle el libro a mi hija, que es como tú”, me paró el otro día en la calle un señor…

Hay, pues, todo un ejército invisible de tímidos, de superhéroes callados, un muro de contención frente a un mundo que sería terrible si estuviera superpoblado por gente que nunca siente vergüenza (o sea, por sinvergüenzas), por donaldtrumps de barrio, en fin, por personas que se dirigen a los camareros imperativamente (“A ver, ponme un café con leche”) como si se trataran de sus esclavos...