Solo nos quedaba Mujica. Ahora se ha ido tras una larga lucha contra el cáncer y de haber vivido varias vidas. A los huérfanos y testigos de tantas revoluciones inconclusas o fallidas sólo nos quedaba este hombre pausado, noble y lleno de sentido común. Mujica, expresidente de Uruguay, antes preso durante largos años, nunca cedió ante el rencor. Tampoco sucumbió ante la notoriedad o los bienes materiales. En un mundo en el que la ética política parece haber desaparecido en un desaguadero de inmundicias Pepe Mujica ha sido nuestro asidero.
“Hasta acá llegué” dijo a principios de este año, como si la vida le hubiese extendido una prórroga más larga de la esperada. Hace 50 años recibió seis balazos en un enfrentamiento con la policía. Se había organizado con los Tupamaros, un grupo de izquierda armada que se dedicaba a “expropiar” el dinero de los bancos para repartirlo en los barrios pobres. “No hay peor crimen que fundar un banco” dijo con contundencia.
El miedo a la muerte no le doblegó como tampoco le doblegaron los doce años que pasó en solitario en un habitáculo inmundo de poco más de un metro cuadrado en la cárcel. Salió más sabio tras muchos esfuerzos para no volverse loco. Y volvió a la política sin armas, pero cargado con las mismas razones que lo habían sostenido en la clandestinidad.
Los expresos tupamaros formaron entonces un partido dentro del Frente Amplio, una alianza de izquierda, y consiguieron romper el bipartidismo que había ocupado todas las páginas de la historia política uruguaya. Mujica, el camarada Facundo de otros tiempos, era ahora uno de los principales referentes.
En 1994, fue diputado por Montevideo; cinco años más tarde, senador. En 2010, Pepe Mujica se convirtió en presidente de Uruguay y lo hizo con casi el 50% de los votos. Ni aún entonces aparcó su frugalidad. Llegó desde su aldea, a media hora de la capital, en su moto y vestido de paisano. Su coherencia entre lo que decía y hacía le dio el carisma que ningún presidente latinoamericano ha disfrutado.
Tampoco es menos cierto que durante su mandato entre 2010 y 2015 no hubo cambios radicales en Uruguay. Se despenalizó el aborto y se legalizó la marihuana. También se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero como él decía en su apuesta por la autogestión no logró consolidar empresas o grandes proyectos duraderos. A pesar de estas importantes derrotas, líderes de medio mundo se dieron cita con él exguerrillero para escuchar al viejo sabio de la tribu.
Hablar de Mujica es hablar de sus propuestas sobre el uso de la libertad y el tiempo. Su condena del consumismo ha sido también la marca de un líder que rechazó siempre el protocolo y pulverizó las solemnidades que rodean a los presidentes de cualquier país. Para ir a visitarlo había que adentrarse en el campo, donde vivía con su compañera de toda la vida, Lucía Topolansky, y mancharse los zapatos de barro. Aún así recibió la visita de muchas autoridades mundiales.
Algunos le reprocharon su pasado de violencia, pero para una inmensa mayoría de sus conciudadanos, Pepe Mujica no fue más que una de las tantas víctimas de una dictadura militar que quiso convertir un país de inmensas desigualdades en un cuartel. Ni sus más acérrimos enemigos, que también los tuvo, han intentado manchar la imagen de un hombre que predicó con el ejemplo de su vida.
“No vinimos a la vida para explotar a los demás, para chuparle la sangre a otros, vinimos a convivir” era una de las máximas favoritas del hombre que donaba el 90% de su sueldo a proyectos sociales. Gastó su vida luchando y nunca quiso cobrarse las deudas del pasado. Si ahora tiene que presentar las cuentas ante alguien, no dudo de que serán las cuentas claras de un viejo entrañable y sabio.
Periodista