En fin, que ahora que el mes de agosto ya mira de reojo a la siguiente hoja del calendario, creo que es buen momento para trasladar en este espacio otra de esas neuras que invaden lo poco que me queda de raciocinio tras padecer –como todo hijo de vecino– la enésima ola de calor, situación que, por persistencia, ha logrado transformar estos lares en una especie de territorio tropical. A lo que iba. Les comentaba que tengo otro runrún de esos que me impiden obrar con la naturalidad necesaria. El caso es que he descubierto que nuestro querido Celedón ha logrado exportar sus maneras y formas de hacer a otros territorios, que han visto en la figura y en el significado del aldeano de Zalduondo una oportunidad inigualable para recibir a sus fiestas de verano. El otro día pude leer en un rotativo hermano que en Orduña tienen a Morrillón para su celebración de Nuestra Señora. Desde hace cinco décadas, baja en la calle Barria de la citada ciudad vizcaína para regocijo de propios y extraños. Y eso me dio en qué pensar. Al final, Álava, sus gentes y sus pueblos tienen, de diario, un carácter rayano en la formalidad estricta, pero que a la hora de festejar, se transforma. Quizás no llega a la locura colectiva del Carnaval de Río de Janeiro, pero nos basta para convertirnos en ejemplo.