La confusión sobre quién es el verdadero enemigo en la izquierda de la izquierda se va afianzando. Todo gracias a la nueva irrupción de Pablo Iglesias, el amortizado que sigue sin dejar títere con cabeza. Sus pasos por los platos los ha utilizado para atacar personalmente, incluso a quienes le critican, sean políticos o periodistas, en un escenario embarrado en el marco del inicio de una campaña destinada a mayor gloria de quien se considera a sí mismo máximo heredero de Podemos. Lo cierto es que Pablo Iglesias vuela bajo, nada que ver con aquella mirada en alto de los primeros meses de 2014.
En la otra orilla, su contraparte observa los malos pronósticos de las encuestas. Las crisis de Podemos y Sumar son la coronación evitable de un proceso fratricida en el que cada pedazo de esa izquierda ha puesto de su parte para destruir con practicas sectarias lo poco que quedaba en pie. Los líderes y lideresas de este fracaso monumental pueden estar satisfechas por haber logrado lo que al parecer buscaban: morir matando.
Lo cierto es que la formación del Gobierno progresista, cambió el escenario político. Con el partido morado fuera del Ejecutivo se abrió una nueva fase de la guerra bilateral, Sumar/Podemos, las dos organizaciones que discuten la hegemonía en el campo de la izquierda de la izquierda. Una guerra trufada de ataques personales, de acusaciones, de descalificaciones, a falta de un debate político tan deficitario como necesario.
Sinceramente pienso que en el escenario electoral próximo (sean las elecciones las que sean) quedará resuelto cuál es peso electoral de cada alianza y probablemente eso ayude a definir los campos de influencia. Pero la suerte del Frente Amplio está echada. El caso es que, tal vez, el frente era una ilusión, algo mucho más lejano de lo que parecía. Es lo que pienso: esta izquierda no está en edad de madurez. No está ocupada en mantener la mirada en alto como las águilas, lo hace con mirada de aves de corral, sin horizonte. A mí, al menos, me resultaron preocupantes y significativas las palabras de Pepe Mujica y de Pérez Esquivel al pedir el voto para el BNG en las últimas elecciones gallegas. En la próxima contienda electoral no habrá ganadores en la izquierda de la izquierda, unos y otros perderán.
He escuchado muchas veces que el conflicto, la lucha por la hegemonía, es una pelea por los sillones de liderazgo de la izquierda de la izquierda. Pero creo que es más acertado decir que Sumar y Podemos representan dos miradas diferentes sobre la realidad social y política. El choque de trenes no es un desafío de maquinistas suicidas, es un desencuentro profundo de dos lecturas de la realidad y de lo que conviene hacer. No trato de blanquear el conflicto, pero al menos hay que intentar llevarlo al terreno de la política. Para entenderlo hay que retroceder a Vistaalegre II. Aquella gran asamblea debatió sobre las propuestas de abrirse (Íñigo Errejón) o cerrarse (Pablo Iglesias). Abrirse para ensanchar el espacio electoral y de influencia política es la mirada de Yolanda Díaz, consciente de que ganar en una España conservadora pasa por comportarse como una izquierda integradora y fiable, una fuerza tranquila pero combativa a la vez. De otro lado la mirada de Pablo Iglesias prioriza una narrativa de la coherencia ideológica que recuerda a la mejor Izquierda Unida de Julio Anguita. Esto es cerrarse, aunque ello suponga quedarse con un partido pequeño. Me temo que las elecciones de Galicia y antes las del 23J no sirvieron para el acercamiento entre Sumar y Podemos sino para abrir una brecha más entre las dos cúpulas Conozco bastante gente que ha sustituido la esperanza por el pesimismo y se posiciona con mala leche o rabia verbal ante lo que califica como un juego de tronos, nunca mejor dicho.
Las dos referencias mayores de la izquierda alternativa, Sumar y Podemos, llevaban meses contribuyendo activamente a la fragmentación organizativa, a la confusión política y a una desmoralización que se expresa como escepticismo. Hay un regreso a los reinos de taifas anteriores a 2014. En el pasado se rebelaron contra la casta y juraron cambiar la política. ¿Cómo van a hacerlo si ahora casi no se hablan entre sí?
Desde la fundación de Podemos en 2014, esta es la escisión más fuerte que vive la izquierda de la izquierda. Pero desde Vistalegre II se veía venir. Al parecer, no hay en la izquierda estatal un proyecto que resista a la tentación de ser cabeza de ratón. La izquierda llamada alternativa puede con todo cuando se trata de autodestruirse.
Hace falta mucha autocrítica para ir dejando atrás la edad de la infancia, de liderazgos ya amortizados, con escaso futuro. Es cierto que la puesta en marcha de un frente amplio requiere más que la acumulación de conocimientos de ciencias políticas, ya que sin claridad ni capacidad para gestionar la política poco se puede hacer. Y en el caso de Sumar y Podemos, en su incapacidad de acercarse, de corregirse, de elevar la mirada, se pone de manifiesto que estamos lejos de la madurez necesaria para aceptar un buen manejo, compartido, del proceso de formación de un frente amplio que se ocupe de mejorar la vida de la gente.
Siempre he pensado que la unidad de las izquierdas es un bien, pero visto lo visto, me doy cuenta que si la voluntad de las partes es necesaria, no es menos importante el sentido común, la madurez que escasea entre nosotros. Todo hace falta, conocimiento, inteligencia, intuición, talante, habilidad para gestionar la política como arte de acordar con otros. En la balanza, el resultado es negativo para la izquierda de la izquierda que sigue siendo parecida a la de antes de la Fundación de Podemos.
Durante los años recientes esta izquierda acertó a interpretar que la sociedad estaba madura para presentar un partido que tuvo éxitos. Rompió el bipartidismo y abrió nuevos cauces de participación ciudadana en la política. Su lideresa y ministra Irene Montero fue valiente y puso las medidas para una nueva ley con el consentimiento en el centro. Ella colocó al feminismo en el timón de un proceso que abrió ventanas para que al aire fresco ventilara las instituciones. Fueron muchas las mujeres que empujaron ese proceso y que merecen todo el reconocimiento de la sociedad progresista. Si hubiera tenido los reflejos de subsanar el error de no incluir las pertinentes disposiciones transitorias, su figura se habría agigantado y reforzado su figura política. Pero no lo hizo y con ello dio munición a las derechas. Su figura fue encogiéndose, aupada a la soberbia, y todas y todos perdimos. Sí, Irene fue valiente, pero también fue de mirada corta.
En esta historia ha fallado casi todo. Un máximo dirigente que dice que se va, pero no se va y para más error nombra a otra persona como sucesora. Pero la tutela salta por los aires y la tutelada exige espacio para desarrollar su propio plan, lo que descubre la verdadera intención del tutor. Así es como todo se va al carajo. Lo ideal sería empezar de nuevo con nuevos liderazgos, pero me temo que ya el espacio potencial para ensayar algo diferente es tierra quemada. Además, lo probable es que nadie se quiera ir dejando en manos de otros esa propiedad a la que llaman partido, movimiento, o frente amplio. No es baladí recordar que la frontera entre partidismo y sectarismo es muy delgada.
Creo que es importante decir que las fuerzas políticas de la izquierda alternativa actúan con frecuencia como la izquierda tradicional, haciendo del electoralismo y del partidismo su herramienta principal. Jugar con las ilusiones de las mayorías sociales es una mala inversión política. A la gente le cansa el follón interno, la lucha por las listas, quiere buenas noticias y sectores de la izquierda no saben hacerlo. Sí, mucha gente está harta. Lo está de consumir noticias negativas, y de ser testigo de cómo dos organizaciones que deberían ser referentes, Sumar y Podemos, son en realidad máquinas electorales tan o más viciadas como la izquierda de siempre. Pueden hacerlo mejor, pero parece que no saben.
Así es que los potenciales votantes de Sumar y Podemos tienen dificultades para ver sus bondades en términos de resultados sociales y democráticos. Si a eso se le añaden los ruidos que vienen del interior de esa izquierda y que no se entiende, que la gente no entiende, se cierra el círculo de un divorcio cada vez mayor. Al menos 23 dirigentes de Podemos han dejado el partido desde que Ione Belarra es líder: no cuento la riada de abandonos que dejó Vistalegre II. Diez se fueron de la ejecutiva de una tacada.
La pérdida de apoyo a Podemos no solo se mide electoralmente. La falta de confianza en el partido que logró acabar con el bipartidismo o conformar el primer Gobierno de coalición se ha contagiado también a los propios órganos morados. La bunkerización de la dirección del partido que denuncian quienes hoy han abandonado la nave tiene ya números significativos y una buena parte de quienes se presentaron a la última Asamblea Ciudadana se han desvinculado, al igual que otra buena parte del primer Podemos hoy apoya a Sumar.
Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo