Parece que el papa Francisco esperó a que terminasen los actos de la Pascua para pasar al descanso eterno. Los medios de comunicación lo tienen presente a todas horas, y hasta que no se deshoje la margarita del cónclave no dejarán de darle vueltas a cada detalle. No en vano estamos hablando de una institución que ha pervivido durante dos milenios, y su presencia afecta a otras realidades, más allá de los casi mil cuatrocientos millones de católicos. No deja de ser significativo que numerosas personas públicas que se declaran agnósticas o ateas encuentran en las actitudes de vida, y en los mensajes de Francisco, grandes valores humanos. Y no está de más, porque eso contribuye a borrar una determinada raya entre creyentes y no creyentes, pero no parece que eso les gusta a determinados sectores ultraconservadores.
Merece la pena tener en cuenta que Francisco ha sido hijo del Concilio Vaticano II, que demandaba volver a las fuentes, mantener un diálogo con el mundo y la cultura, y dar una respuesta a las necesidades de las personas. En esta sintonía, la llamada teología del pueblo, o teología de la cultura, estaba asumida por la Conferencia Episcopal Argentina desde finales de los años sesenta con el fin de abrirse más al mundo y consolidar una Iglesia comunitaria, o sinodal, que ha sido clave en el magisterio de Francisco. Se trata de una Iglesia encarnada en la cultura y en la espiritualidad popular, con la connotación de que las personas más pobres son las que ayudan a tener un sentido más comunitario de la vida, una espontánea y firme confianza en Dios, y una experiencia concreta de solidaridad y fraternidad, “religación con Dios y con los demás, y de compromiso con la naturaleza”. De esas raíces provienen sus pasos, y en ese camino Bergoglio ha profundizado en un pensamiento singular: la Iglesia ha de ser un “hospital de campaña” para curar las heridas y sanar los corazones de los fieles, y de la humanidad. No se trata, por tanto, de un camino nuevo, ni improvisado.
Cuando Francisco ha pedido que los pastores de la Iglesia tengan olor a oveja, ha utilizado imágenes cercanas a la gente de a pie. No se ha despreocupado de la mente, pero le ha interesado, sobre todo, llegar al corazón. ¿Quién utilizaba con gran maestría, y nunca mejor dicho, parábolas e imágenes para llegar a la gente? Su lenguaje ha estado lleno de imágenes profundas, muy poco ingenuas, que tocan las entrañas de las personas sencillas, y a su vez proponen pistas evangélicas en el camino.
Uno ha de reconocer que le ha llegado muy adentro la Carta a los poetas de Francisco donde, entre otras cosas, dice: “Queridos poetas, ayúdennos a soñar, sé que están hambrientos de sentido (…) la palabra es instrumento de todo lo que hay en nuestro interior (…) La palabra literaria es como una espina en el corazón que mueve a la contemplación y pone en camino (…) Una persona que ha perdido la capacidad de soñar carece de poesía y la vida sin poesía no funciona. Los seres humanos anhelamos un mundo nuevo que probablemente no veremos plenamente con nuestros ojos, pero lo deseamos, lo buscamos, lo soñamos. (…) De hecho, la poesía no habla de la realidad a partir de principios abstractos, sino escuchando la realidad misma: el trabajo, el amor, la muerte y todas las pequeñas grandes cosas que llenan la vida (…) La inspiración artística no sólo es reconfortante, sino también inquietante, porque presenta tanto las bellas realidades de la vida como las trágicas (…) Hay cosas en la vida que, a veces, ni siquiera podemos comprender o para las que no encontramos las palabras adecuadas: este es su terreno fértil, su campo de acción. Y este es también el lugar donde muchas veces se experimenta a Dios (…) como una tina donde el agua cae continuamente y, al cabo de un rato, se llena y el agua se desborda (…) Ésta es su labor como poetas: dar vida, dar cuerpo, dar palabra a todo lo que el ser humano experimenta, siente, sueña, sufre, creando armonía y belleza. Es un trabajo que también puede ayudarnos a comprender mejor a Dios como el gran “poeta” de la humanidad (…) Hoy necesitamos la genialidad de un nuevo lenguaje, de historias e imágenes poderosas (...) Poetas capaces de gritar al mundo el mensaje evangélico, de hacernos ver a Jesús (…) Su trabajo puede ayudarnos a sanar nuestra imaginación de todo aquello que oscurece su rostro o, peor aún, de todo lo que quiere domarla. Domar el rostro de Cristo, colocarlo en un marco y colgarlo en la pared, significa destruir su imagen. Su promesa, en cambio, ayuda a nuestra imaginación: nos ayuda a imaginar nuestra vida, nuestra historia y nuestro futuro de una manera nueva (…) Continuar soñando”.
Todo esto, y más, ha manifestado en un mundo de dirigentes con nula sensibilidad hacia las personas que más sufren, muchos de tales dirigentes, por cierto, presentes en su sepelio. Ya desde el inicio de su pontificado, Francisco habló de un Dios de misericordia, cercano, que nunca se cansa de perdonar. ¿Es por eso, también, por lo que cierto sector radical ultra-católico no le perdona? ¿Es por su denuncia en relación a la acogida de inmigrantes? ¿O es porque le llaman el papa de los pobres en un contexto de dictadura del dinero? No es fácil ser puente en tiempo de muros; ofrecer un rostro humano en tiempo de discursos de odio; demandar el diálogo en tiempo de guerra; reivindicar el clamor de la Tierra con soluciones integrales, en tiempos de negacionismo; y llamar constantemente a vivir una fe al servicio de la dignidad humana porque “la fe verdadera no teme al cambio, camina con el pueblo y lucha por la justicia”.
Y todo ello con una coherencia personal que le ha dado credibilidad por su sencillez y austeridad. Ha mantenido conversaciones espontáneas con la prensa en sus múltiples viajes, que se han vinculado a países y personas muy desfavorecidas, incluso en zonas de conflicto. Cuando en 2015 estuvo en la República Centroafricana, le aconsejaron no ir a causa de la violencia existente, y dijo que si era necesario llegaría en paracaídas. Y en otra ocasión, esto ya es una anécdota, pero significativa ante excesos burocráticos eclesiales, casó a una pareja en pleno vuelo durante su visita apostólica a Chile en enero de 2018. La pareja había pedido al Papa que bendijera sus anillos, que expresaban su matrimonio civil, y él sorprendió a todos al ofrecerles celebrar un matrimonio religioso en pleno vuelo.
El papa Francisco no ha sido, por tanto, un meteorito ajeno a una larga historia. Se ha avergonzado públicamente de los abusos sexuales cometidos por el clero, y ha renovado las finanzas del Vaticano, pero ha impactado para decir a la Iglesia católica que las periferias del mundo han de estar más presentes, y que esté más abierta a un mundo multicultural y de puertas abiertas. Aunque hoy en día se plantea el camino de la sinodalidad como una continuidad en la profundización del concilio Vaticano II, no hemos pasado de una Iglesia piramidal a una Iglesia horizontal con una cierta comunión vertical. Son muchas millas las que quedan, y en esas millas que nos faltan se encuentra la exclusión de la mujer en los ministerios. Han entrado en los dicasterios, y en responsabilidades varias pero, hoy, muchas mujeres comprometidas con la Iglesia siguen diciendo: “Somos las manos y el corazón de la Iglesia, pero se nos niega la palabra, se nos niega tener voz y voto”. Es más que una gran tarea pendiente. Así como el apóstol Pablo abrió la Iglesia cristiana a las personas no judías, en este momento hace falta coraje y decisión para abrir los ministerios a las mujeres. No hay “Bergoglio II” que termine la tarea emprendida, porque cada papa ha de tener su propia personalidad. Aunque el camino sinodal es positivo, tiene pinta de mucha lentitud con demasiadas piedras en el camino. Uno ha observado con cierta perplejidad esos desfiles de cardenales, sólo hombres, que han acaparado la atención de las televisiones de todo el mundo, y se pregunta si alguno de ellos caerá del caballo, como Pablo, y en una decisión profética y valiente, abrirá totalmente las dos hojas de las puertas de la Iglesia católica, hombres y mujeres en igualdad, tal y como se ha dado, desde hace tiempo, en algunas otras confesiones cristianas.
Podemos preguntarnos en qué pensaba Bergoglio cuando adoptó el nombre de Francisco: ¿en ser un reformador que propugnaba una Iglesia más sencilla y fraternal con quienes viven en la pobreza? Francisco de Asís fracasó en cierta manera, como ha fracasado el papa Francisco, si entendemos que sus objetivos no se han cumplido; pero ha potenciado un camino desde la alegría y la esperanza, removidas por su fe en Jesucristo, que es la clave de las claves, algo que apenas se menciona en tantos debates y tertulias actuales.
Escritor y poeta