Sostenibilidad competitiva o competitividad sostenible. Da igual. Pero sin una o la otra no habrá empresa que resista en la tecnoesfera occidental. Esta fue una de las enseñanzas esenciales del último foro Álava Objetivo de DNA para colegir que no hay plan B a este binomio indisoluble. Las empresas ya no se erigen sólo en tractoras y multiplicadoras de empleo y tributación, sino que resultan el factor clave de la descarbonización a través del reciclaje, el uso de nuevos materiales limpios y la reducción tanto del consumo y los residuos propios como de sus proveedores y clientes. 

En el fondo, se trata de innovar y más en el territorio más industrializado del Estado español. La creatividad aplicada con tolerancia al error constituye el pilar de la cultura innovadora que sí o sí debe guiar la gobernanza empresarial como eje transversal del conjunto de propósitos, comenzando por la mejora de la facturación. En el marco a poder ser de una innovación abierta en beneficio de la conectividad de todo el ecosistema, vaciando los discursos fatuos y llenándolos de contenido real. En particular para las startups con problemas para escalar, también por la dificultad en el acceso a tecnología avanzada. La inteligencia artificial (IA) ya generativa y no meramente predictiva aflora como catapulta de innovación, siquiera por la automatización de procesos que facilita. Bien entendido que los algoritmos tienen que nutrirse con datos de calidad y en observancia de los requerimientos de la propiedad industrial y de las pautas elementales en cuanto a transparencia/etiquetado y ciberseguridad. 

En este contexto de competencia feroz, la atracción eficaz de talento se antoja una ventaja competitiva capital. Y para ello nada mejor que Álava se configurarse como marca empleadora en oferta de buenas condiciones laborales y con el argumento añadido de su extraordinaria calidad de vida. En segunda instancia y en cada centro de trabajo, con medidas de fidelización como los planes de carrera y formación, además de la flexibilidad para conciliar. Bien entendido que el talento es una cuestión de capacidad individual pero igualmente de dinámica colectiva, mezcla virtuosa de competencias y experiencias de gentes diversas en edad, género, disciplinas y procedencias. Al margen del compromiso con la empresa y en el desempeño concreto sobre una cualificación específica –con el denominador común de las destrezas digitales–, hoy en día se exigen aptitudes adicionales para el aprendizaje continuo y el trabajo en equipo, incluidas habilidades de comunicación y escucha. 

Ante la clásica impotencia paralizante que inocula el pavor a las revoluciones tecnológicas, urge contraponer la esperanza sistémica en que cada uno sabremos procurarnos nuestro futuro con la preparación necesaria para diseñarlo. La receta estriba en muscular nuestro cerebro, una elección consciente y proactiva asentada en la formación perpetua, con una inmersión mínima y creciente en la IA. El progreso personal tampoco cabe ya sin inteligencia híbrida, la retroalimentación en justo equilibrio entre la humana natural y la digital. Es lo que hay, sin miedos ni complejos.