En estos tiempos de hipocresía política, nada es lo que parece. Suenan demasiados cantos de sirena. Mensajes llamativos preñados de seducción, cuando no de engaño. Los jueces encapsulan con la elección de una primera mujer en el poder una mutua hostilidad de raíz ideológica que sigue enquistada. Sánchez promete regar de millones las autonomías para traspasar malévolamente al PP la brecha interna que le asalta en su partido por su atormentada cesión financiera a ERC, plagada aún de incógnitas. Y, a su vez, los populares apelan a la multilateralidad para abordar la financiación territorial, sabedores de que las apetencias de sus barones son dispares. Solo está asegurado el ruido.
Acuciados por la visita anual del rey, los renovados miembros del CGPJ han buscado una solución de urgencia. Los conservadores exprimieron las apreturas con su propuesta salomónica. Nunca pensó el Gobierno en Isabel Perelló como presidenta. Mucho menos después de escuchar su discurso de estreno. El asunto mollar empieza ahora con la elección de las decenas de cargos pendientes. Ahí se juega un partido de calado, al margen de las andanzas de Peinado o de la obstinación sobre la amnistía, que seguirán invariables. Es decir, todos mirando al dedo de la apuesta de género conquistada mientras la luna sigue tomada por la insoportable politización de demasiadas togas.
Aplacado temporalmente el disenso judicial, la financiación para Catalunya acapara la pantalla. Desplaza, incluso, el mayoritario rechazo del impresentable sometimiento que destila la llegada de un ministro a gobernar el Banco de España. Es tal el protagonismo incendiario del pacto económico que parece cargado por el diablo. Como si trajera mal fario. Quizá tullido por un engendro tan oscurantista que propicia el alboroto y la confusión. Bien es cierto que tampoco el Gobierno central contribuye a disipar las dudas, como si hubiera gato encerrado. Solo ERC lo tiene clarísimo: es un concierto económico y la solidaridad catalana va a ser limitada. Ningún socialista corrigió semejante contundencia. Mucho menos María Jesús Montero, reñida con la credibilidad y la templanza, obligada a desdecirse, aunque siempre sin rubor, justificando, eso sí, una fidelidad inquebrantable con la causa.
La marea de la financiación aparece tan embravecida que se ha llevado por delante el oleaje de aquella amnistía que amenazaba con partir por la mitad la convivencia de un país. De momento, el fuego se ha extendido por varios rincones de la casa del PSOE. Con el perdón al procès apenas metieron ruido las voces nostálgicas de siempre. En este caso, resuenan con fuerza las lamentaciones. Ahora bien, tampoco en el Comité Federal de hoy se asistirá a esos desgarros ideológicos y personalistas que tanto ansía el batallón mediático de la derecha. Hay pocas agallas. Las discrepancias públicas quedarán para cuatro valientes. Los demás saben que luego la vendetta te arrojaría al desahucio y al paro. Por eso, mejor contemporizar para seguir en la pomada. En ese contexto, Sánchez lo tiene fácil porque domina la escena sin enemigos cualificados que le tosan. Su auténtico desasosiego es otro. Radica en el desgaste electoral que en muchas autonomías podría suponer para el PSOE la extendida sensación de haber contribuido a una flagrante insolidaridad por su objetivo de garantizarse el gobierno de Illa.
Nada como sentirse acorralado para esperar el canto de sirena de Sánchez. Otra vez el arma ideológica de la fiscalidad -69 subidas lleva en su mandato- en esa lucha innata que mantiene contra quienes tienen para vivir cien vidas. Otra vez enfrentarse a Díaz Ayuso y la sanidad privada. El camino más pueril para enardecer a los suyos a pesar de que sigue sin calar en Madrid. Contraponer el vehículo eléctrico -todavía costoso, no obstante- con los lamborghinis que apenas se ven en las carreteras. Quedaba el plato fuerte para el arranque del curso: una suculenta oferta de los despendolados millones de los fondos europeos para amansar a las fieras en las autonomías y, de paso, meter la bicha en el PP. Un anuncio improvisado que le sirve intencionadamente para aflorar las discrepancias de su enemigo.
No ha tardado la derecha en picar en anzuelo sanchista. La deslenguada reacción primaria de la Juana de Arco de la Puerta del Sol no solo desnuda su limitada capacidad más allá de la incitación a la bronca, sino que compromete a Feijóo innecesariamente. Como si, al final, Sánchez y Díaz Ayuso se retroalimentaran en su mismo deseo político.