Según los datos de la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es la primera causa de muerte violenta en el mundo. Aún así, no hay consenso sobre si es un problema social o lo es también de salud mental, como afirma la OMS. Sin olvidarnos que muchos accidentes pueden ser suicidios encubiertos, y que el estigma asociado al suicidio empuja a los familiares a ocultar la verdadera causa de la muerte. El problema es que el suicidio sigue siendo socialmente invisible. No se habla de ello, luego “no existe”.

Hablar del desamor a la vida

Estamos ante un problema tan antiguo al menos como el Imperio Medio egipcio, del que conocemos un poema escrito hace 4000 años que se refiere al suicidio. Las motivaciones son recurrentes: acabar con un sufrimiento psíquico o físico insoportable, sentirse una carga para los demás, considerar que la vida ya no tiene sentido... Probablemente el aislamiento, la soledad y la falta de motivos para levantarse cada día, abrazar y ser abrazados, expliquen mejor este fenómeno. Sin olvidarnos de las personas relacionadas socialmente, pero que se sienten mortalmente solas. Y todo este colapso interior se vive generalmente en secreto.

La apuesta común de los especialistas es doble: lo primero, verbalizar, hablar de los sentimientos como medio de liberación y apoyo social. No vale reducir la información a cuando el suicida es famoso, tan cercano al sensacionalismo y al peligro de la conducta imitativa o efecto Werther. Y a la vez socializar esta realidad sin refugiarse en el silencio informativo ante la vergüenza o la culpa a la hora de afrontar el problema. Ni silencio ni sensacionalismo. Mientras los suicidios no aparezcan machaconamente en los medios de comunicación y luego en estadísticas, no se logrará hablar desde un problema social abordado desde la solidaridad necesaria. El tabú y la vergüenza, la insuficiencia en la información y en el abordaje multidisciplinar, más allá de la psiquiatría, lastran los avances.

Compartir este tema como un problema más, ayuda muchísimo; es algo que ya ocurre con el cáncer, hasta hace poco otro tabú social. Lo natural es querer vivir; por eso es tan importante habilitar espacios sociales para hablar y compartir esta realidad. Hay que reconocer lo difícil que resulta asimilar la muerte de una persona cercana como un acto deliberado de autodestrucción. Algunos lo consideran un acto de valentía, pero ningún experto entiende que deba plantearse como una solución racional o inteligente.

Me parece interesante la reflexión del especialista C. A. Soper sobre el fondo de esta espinosa decisión, visualizando la muerte como una escapatoria: “Puedo parar el dolor si me quito la vida”. Pero esto no explicaría por sí solo, dice Soper, el hecho de que una minoría toma esta decisión. Son muchísimos más quienes sufren dolores de desamor, psíquicos o/y físicos, y no se suicidan. La explicación está en nuestros mecanismos psicológicos que funcionan como defensas contra la tentación de quitarse la vida para acabar con un dolor insoportable, y sin expectativas de disminuirlo.

Si dichos mecanismos defensivos de la vida no existieran, probablemente la especie humana se habría extinguido. Personas con enormes padecimientos (campos de exterminio, por poner un ejemplo extremo) no quisieron suicidarse. Y al revés, sufrimientos aparentemente menores, acaban en el suicidio de quien los padece. Se juntan muchas cosas: el dolor crónico, intenso y emocional por fracasos puntuales (económicos, rupturas familiares…), junto a problemas de autoestima y personalidad. Sin una válvula de escape, que muchos no tienen, la ideación suicida es la consecuencia de sentirse atrapado entre sentimientos muy negativos. Por eso el silencio es el peor enemigo del suicidio; hay que hablar de ello y exteriorizarlo porque facilita la prevención y la petición de ayuda. Si logramos popularizar la magnitud del problema evitamos mucho dolor que ahora está en ciernes. Que por algo la solidaridad es medicina para todo lo importante.

En nuestros herrialdes, el problema de la autolisis no es menor que en otras latitudes. Sobre todo con este empeño social de esforzarnos por dar la sensación de buen balance, en lugar de compartir aquello que nos machaca el ánimo. Hablamos poco del suicidio, estamos faltos de una socialización del sufrimiento que produce esta realidad, ni existe todavía una visión socio solidaria cuando intuimos cerca este sufrimiento. Aún así, los avances existen porque somos conscientes al menos de que el dolor anímico acecha a todo el tejido social; al ser un problema global se ha convertido en acicate para crecer en comprensión y solidaridad, y para tomar mejores medidas preventivas y paliativas.

Analista