Las pasadas elecciones europeas han mostrado varios ejes de interés, sobre los que convendría contar con análisis fiables sobre ellos, y sus consiguientes propuestas de actuación en relación a aquellos elementos que pueden considerarse como negativos e inconvenientes por parte de los partidos políticos.
En primer lugar, cabe considerar que el proyecto de Europa cuenta con un importante desapego por parte de los ciudadanos de los 27 países que conforman la Unión Europea (UE), que se ha visto reflejado en el 49% de abstención registrado en los últimos comicios.
Un segundo elemento, importante, se focaliza en el para qué nace lo que hoy llamamos la UE. La UE se constituyó para lograr y consolidar la paz en nuestro continente, y no para ser un actor estratégico global, como últimamente se le exige. No olvidemos que hablamos de una paz superadora de siglos de permanentes guerras en suelo europeo, a pesar de que ese objetivo se enmascaró en la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). Es decir, su objetivo estratégico se basa en actuar en suelo europeo, reduciendo al máximo los conflictos entre los países y dinásticos tantos desde dentro como en el exterior y los interculturales, subsumiendo en estos los de carácter religioso.
Y esto no es casual, existe una serie de elementos que frenan el papel de actor estratégico deseado por el 51% que hemos votado en las últimas elecciones europeas, aunque, eso sí, con diversas visiones sobre la manera de alcanzar ese protagonismo, según se colige del resultado de las votaciones.
Distinguiré algunos de los principios, entre otros, de carácter estructural que están que impidiendo y frenando el papel estratégico que debe tener la UE. Un primer aspecto a tener muy en cuenta, a medio plazo, es el envejecimiento de la población en la vieja Europa. Esto tiene, y tendrá, tres consecuencias inmediatas: una incapacidad de cubrir con población propia la demanda de personas con un nivel medio y alto de cualificación, que el sistema productivo digital y global ya demanda; una salida de parte de esa población cualificada hacia los Estados Unidos y China; y, por último, una necesidad creciente de migración joven para cubrir la demanda de mano de obra en sectores productivos más tradicionales, y que, además, empujen al alza las tasas de procreación.
Una segunda materia estratégica hace referencia a los temas de seguridad y defensa, en ellos la UE no es un actor autónomo, lo que implica una casi nula capacidad de decidir qué y cómo apoyar acciones como de una clara dispersión en el diseño y producción de elementos materiales para una eficaz política en este terreno. A Ucrania se le apoya moral, política y económicamente, con aportaciones materiales y financieras, pero no somos el primo de Zumosol que marca y defiende territorio, aunque este sea europeo.
Europa es un espacio energéticamente dependiente. Una vez más, la guerra en Ucrania ha sido el detonante para su aclaración, en dos vertientes. Por un lado, la insuficiencia energética, y, por otro, la actuación alemana que había resuelto su suministro energético a largo plazo con el gas ruso, vía Gazprom, materializando una debilidad inmaterial europea más, la insolidaridad.
Si nos fijamos ahora en la variable más relevante en nuestro mundo global actual, la digitalización, y en especial, las TIC’s, podemos observar que la UE no lidera este sector en su plano innovador. Sí lo hacen China y los Estados Unidos, pero la UE, aventajada usuaria y reguladora de esas tecnologías, como es el caso de la Inteligencia Artificial, ocupa un espacio similar al de la seguridad y defensa, en el que, aunque participa en el cuartel general, el alto mando lo ejercen otros.
Por último, es obligado hablar como elemento de freno, de la falta de cohesión y homogeneidad intraeuropeos. Se dan planteamientos diversos y hasta contradictorios, frente a problemas, dificultades y situaciones únicas. Sólo por indicar algunos ejemplos fundamentales, podemos señalar la fiscalidad, –no existe una política fiscal común, aunque si monetaria–, o el movimiento mundial de capitales, sobre los que se da un enfoque metodológico y de valores absolutos compartidos, pero, en la realidad, cada país miembro aplica un tratamiento individualizado acorde a sus propios intereses.
A pesar de que estamos hablando de una pieza clave para el futuro de la Humanidad, o al menos de parte de ella, podemos finalizar este bloque con el corolario de que la UE tiene mucho poder económico pero poca influencia práctica. Lo cual, es muy preocupante.
Demos ahora al play del vídeo, y miremos hacia el futuro. En esa perspectiva podremos observar dos espacios paralelos, cada uno con una probabilidad distinta de ser cierto. Por un lado, veremos el espacio correspondiente al hipotético estancamiento de la UE como proyecto y que afectaría a sus ámbitos cultural, social y económico. Un estancamiento que tiene su origen en el auge, y posible ejercicio del poder, por parte de una mayoría ultraderechista, fascista vaya, que pretende esa paralización.
El otro espacio correspondería al desarrollo de los valores base de la UE, los culturales sociales y económicos, y que es potenciado, –con mayor o menor rigor y éxito–, por parte de las ideologías tradicionales (hoy innombradas y ocultas) actualizadas como la democracia-cristiana, el socialcristianismo, la socialdemocracia y el marxismo. En este segundo espacio, y con el on visual mantenido hacia el futuro, podremos observar cómo la UE se articularía sobre tres pilares.
En primer lugar, con una política fiscal reordenada y universal en la que dos conceptos, no sólo teóricos, se aplicasen: la individualización de los impuestos para cada sujeto pasivo (figura técnicamente posible gracias a las TIC’s, ya que la Administración cuenta con esa información individualizada. Otra cuestión es su utilización segura, y la globalización ejecutiva de los mismos. Esos dos elementos enmarcan un modelo fiscal progresivo, actual, y sin paraísos fiscales.
Junto a ese marco fiscal, se implementaría un escenario de seguridad y defensa caracterizado por una mayor y mejor dotación de medios humanos y materiales suficientes, y bajo mando real de la UE. Para ello, habría que establecer una convergencia en las carreras militares y de seguridad.
Finalmente, ese futuro global de la UE conviene, –es imprescindible–, que contemple un desarrollo del liderazgo tecnológico con una presencia en sectores productivos predeterminados, lo que supone, además, una convergencia formativa real en los ciclos medios y superiores.
Este segundo gran espacio soportado en los tres elementos citados, ha de considerarse y tenerse en cuenta que para su consolidación y avance es imprescindible la colaboración público-privada, la superación de algunos elementos conceptuales heredados del siglo XIX, migrando hacia organizaciones federativas asimétricas o confederativas, y la asunción de que la globalización no es un fin en sí mismo, sino un instrumento al servicio del incremento del bienestar del conjunto de la población.
Economista