Nuestro modelo de transición tuvo lagunas considerables en la gestión de la memoria y del trauma de la guerra y la dictadura. A pesar de que logró consolidar una democracia avanzada, que no es poco, transfirió a las siguientes generaciones las deudas pendientes de la violencia.

Ello, entre otras cosas, ha impedido que en nuestro país haya una memoria democrática común. De hecho, buena parte de la derecha ha utilizado los asesinatos en Paracuellos como compensador de daños cada vez que hemos reclamado mayor implicación del Estado en la recuperación de los cuerpos y de la memoria republicana. Se ha instalado así una especie de competencia dolorosa que ha tratado de bloquear cualquier avance en las exhumaciones o en la deslegitimación definitiva del franquismo y sus principales figuras con la excusa de que fue una guerra entre hermanos o que todos mataron. La insensibilidad se ha puesto al servicio del relativismo.

Pero, en realidad, eso forma parte de la desmemoria porque poner en marcha un relato para neutralizar otro no ayuda a comprender lo sucedido ni a restituir el daño provocado a las víctimas y sus descendientes.

Las expresiones franquistas que se dieron en muchas de las manifestaciones contra el PSOE, indisimuladas y, además, abanderadas por gente joven, nos han venido a recordar que la memoria democrática, y los valores que lleva aparejada, es algo que debemos cultivar de forma constante. No es algo que hagamos una vez y ya. Confiamos demasiado en el paso del tiempo, pero ello nunca es una buena garantía.

Solemos repetir muchas veces que es necesario recordar para no repetir errores, pero eso es una ingenuidad. La memoria, por sí sola, no es un antídoto para no repetir horrores. Hace falta algo más, que es la deslegitimación de la violencia y los discursos de odio allí donde anidan. Es decir, el nunca más no solo mira al pasado, supone sobre todo un recordatorio y un compromiso con quienes vienen.

Consolidar una narrativa de la democracia resulta crucial. Destacar que la democracia se peleó en las calles y que fueron miles las personas comprometidas con ello refuerza la autoestima democrática. Frente a la vía violenta de ETA y el mito de que la democracia llegó por cuatro cafés en el Ritz entre dirigentes de diferentes partidos, poner en valor las miles de huelgas que se convocaron en esa época, la aportación del incipiente movimiento feminista o la fortaleza democratizadora de las asociaciones de vecinos ayuda a extender una memoria democrática de país. Si en Portugal fueron los capitanes del Ejército quienes llevaron la democracia, en España fue el movimiento obrero quien puso los mimbres para crear un nuevo Estado democrático. La democracia no fue algo cedido ni un regalo de las élites franquistas. La democracia se sudó y se sangró en la calle, en las fábricas y en las redes culturales antifranquistas.

Frente a los grupos ultraderechistas que están en los parlamentos y pasean banderas preconstitucionales necesitamos construir una comunidad del recuerdo que genere un consenso sobre la memoria democrática de nuestro país. Es cierto que parece que la memoria interesa poco, pero también lo es que afecta a muchos durante mucho tiempo. Por eso el compromiso de nuestro tiempo debería basarse en que no vuelvan las ideas y los valores que hicieron posible la muerte y la cultura del odio.

Un día de esos grises, típicos del agonizante franquismo, en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol entraba detenido un joven José Errejón. En ese mismo instante, roto de dolor, bajaban en volandas al sindicalista de CCOO Tranquilino Sánchez. Al cruzarse, Tranquilino le dijo a José: “Aguanta, chaval. No te quiebres”.

En ese aguanta no solo se da cita la fraternidad de una generación que peleó la democracia. En ese ánimo está resumida toda la dignidad de aquella gente que se jugó el tipo por nuestras libertades de hoy. Son lo que Vázquez Montalbán llamó “nuestros atletas morales”.

Una sociedad con una memoria democrática robusta, con autoestima democrática, puede resistir mejor las tentaciones revisionistas de los grupos ultraderechistas, interesados en trasladar una imagen caótica y conflictiva de cualquier tema relevante, también en asuntos de memoria.

Autor de ‘ETA: la memoria de los detalles’