Les prometí dejar pasar un tiempo antes de volver a escribir sobre Oriente Medio, pero ardo entero, disculpen la confesión. Porque no hay derecho. Lo de Israel no es legítima defensa frente al terrorismo de Hamás, sino venganza pura y dura. Punto. Mientras que, tres semanas después, a este lado de Occidente vamos asimilando la matanza sostenida en Gaza a fuerza de contemplarla desde el sofá. Claro, nosotros no apuntamos los nombres de nuestros hijos en las dos manos para poder identificarlos en la morgue.

La carnicería ordenada por Netanyahu va camino de las 10.000 muertes en la Franja, frente a las 1.400 que causó Hamás en el vil bombardeo del día 7 como espita de semejante masacre. A los ataques aéreos de Israel a hospitales, colegios y centros religiosos gazatíes se añade un cerco homicida que sigue privando a esa pobre gente de luz, agua, alimentos, fármacos y combustible porque la ayuda que entra desde Egipto resulta ridícula. Igual que los complejos de la UE para exigir sin ambages un alto el fuego y no simplemente “pausas humanitarias” a la presunta democracia que se ha ciscado en al menos 26 resoluciones de la ONU y de cuyo secretario pide la dimisión por constatar la “asfixiante ocupación” que sufre el pueblo palestino durante 56 años ya, desde la Guerra de los Seis Días. Más de 3.000 asesinatos de niños después, la vergonzante pregunta estriba en quién va a parar este exterminio antes de una escalada bélica en la que entre gustoso Irán –ya sin parapetarse en Hizbulá– para comprometer la estabilidad de toda la región, un avispero. 

La sociedad israelí solo podrá vivir con la tranquilidad exigible si Palestina alumbra la esperanza del reconocimiento de su Estado. Y eso pasa por un compromiso efectivo de Estados Unidos justo en la dirección contraria a la de otorgar un cheque en blanco al extremismo hebreo para responder con un castigo indiscriminado y masivo a población civil. “El precio de librar una guerra”, en vomitiva expresión de Joe Biden desde la perspectiva ética y además política, pues significa homologar a Hamás con Palestina, un auténtico disparate en aras a una eventual solución dialogada. Mientras el ejército israelí ensaya con incursiones crecientes en Gaza la gran ofensiva terrestre para cuando precisamente el Pentágono haya asegurado a sus tropas en la zona, no tanto en atención a los 224 rehenes que Hamás utiliza como escudos humanos en otra muestra de barbarie demencial. A temblar.  

Lamentablemente, la influencia en el bipartidismo estadounidense del lobby judío –contribuyente de las campañas presidenciales demócratas y republicanas– no augura un pronto equilibrio de la posición de la Casa Blanca. Casi mejor confiar en la ciudadanía israelí, pues según algunas encuestas la mitad de la población rechaza la incipiente invasión de Gaza, harta de ese desasosiego vital hasta el punto de que en los últimos veinte días se han otorgado 100.000 licencias de armas particulares. Si la mejor forma de predecir el futuro es crearlo, habrá que forjar allí la paz cultivando la justicia. Para que al atroz Holocausto judío no le suceda un genocidio palestino.