El pasado sábado entró el otoño, pero estos tránsitos de la órbita terrestre son actualmente poco más que un titular o un saludo: feliz otoño. Y luego seguimos como si nada porque a quién le afecta que ahora el Sol esté ya menos de 12 horas por encima del horizonte y que cada mañana notemos que la oscuridad nos saluda y nos obliga a encender la luz de la cocina para preparar el desayuno. El otoño fue, sin embargo, algo poderoso, cuya entrada marcaba con prisas el anuncio del tiempo frío, de las lluvias. Para entonces las labores del campo estaban ya ordenadas y venían las preparaciones de los productos cosechados, hacer las camas de los animales, almacenar lo que se habría de consumir en ese medio año que nos llevaría un poco por las tinieblas antes de llegar de nuevo la primavera y su promesa de renovación de la vida. Creímos que civilizarnos era desacoplarnos de esta inclinación de la órbita terrestre, poner la luz donde la noche antes obligaba, hacer que los bienes se desestacionaran (con perdón por el palabro) y de hecho toda la actividad social cultivó con el desarrollo ese creciente desapego de los ciclos naturales. Mientras diera de sí la energía, mientras la opulencia nos permitiera disponer de bienes venidos del otro lado del mundo, todo funcionaría adecuadamente. Es la historia mal contada de eso que hemos llamado mundo moderno. Mirábamos cada vez más a nuestras necesidades y hacíamos que el otoño fuera primavera, porque para eso pagábamos. No nos importaba (ni nos importa de hecho) que todo esto fuera en exclusiva para una parte de la población del planeta que podíamos costear, no sin trabajar mucho y pagar cada vez más por lo mismo, pero que condenaba a otra gran parte a la subsidiariedad y la pobreza. Tampoco quisimos ver que esa conducta que extraía bienes y energías para engrasar una maquinaria lujosa y magnífica pero derrochadora y contaminante, iba alterando el clima, haciendo que los ciclos estacionales ya no sean como fueron antes, que el verano ahora es infierno, el otoño será un caos y así año tras año. La reflexión otoñal que les propongo hoy es precisamente que quizá estos sean nuestros últimos otoños de patriarcas.
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