Pues supongo que no se lo van a creer, pero esto de regresar al tajo después de estar varios meses alejado del mundanal ruido periodístico se está haciendo un poco cuesta arriba. Será por aquello de protagonizar una rentrée en pleno mes de agosto y ya superada la vorágine festiva de una ciudad como Vitoria, propensa a los usos y costumbres de su aburguesamiento secular, que imponen una sequía casi absoluta en hechos novedosos más allá de los requerimientos de la agenda estival. En cualquier caso, y como no me va a servir de nada quejarme, aquí estoy otra vez para trasladar mis neuras y mi visión un tanto maleada de una realidad que poco ha cambiado pese a haber cambiado sustancialmente en sus aspectos más formales durante el último medio año. Por eso, me he autoimpuesto como deberes darle un empujón a la imaginación para tratar de encontrar una segunda vuelta a todo aquello que me toque vivir como observador durante estos días de verano. Creo que así, con un poco de fantasía y colorido extra, toleraré mejor la machacona constancia del día a día local, tenaz en sus matices grises para quienes, gracias a Dios o por desgracia, tienen que dar el do de pecho en estas fechas estivales tan poco propicias y desagradecidas.