Desde que Pedro Sánchez se puso en modo “¡lo estamos dando, lo estamos regalando, oiga!”, las cifras de sus promesas no dejan de elevarse a largos trancos para los barrancos que vendrán después. Lo redacto en cifras porque si no me salgo de la página: comenzó con 50.000 viviendas del “banco malo” (como si al margen del Banco de Alimentos hubiera alguno bueno). Poco después, en un abracadabrante mortal y medio con tirabuzón mientras servía café para todos/as, elevó la cifra a 163.000 viviendas. Y recientemente, con encomiable constancia, ha añadido otras 20.000 moradas (influencia de Podemos, supongo). Si no lo para nadie, a ese ritmo acabaremos teniendo todos una segunda vivienda para liquidar las existencias.

Pero ahí no acaba la oferta de este Sánchez reencarnado en una mezcla de Olentzero, Santa Claus, Reyes Magos... y Pinocho. Hace poco más de una semana se marcó una milonga en Pamplona cuya letra, entre otros versos sueltos, anunciaba “una inversión de más de 1.300 millones de euros para fomentar la Formación Profesional y crear 45.000 nuevas plazas de FP bilingüe” más “824 nuevos centros de capacitación digital y 1.500 aulas de tecnología aplicada y emprendimiento, un 50% más de las que existen, para alinear a la FP con el cambio de modelo productivo”. Y como colofón agarra, llega, va, coge y dice: “Es la mayor apuesta por la FP que ha hecho nunca ningún gobierno”. Por supuesto. Y en 2025 habrá sólo diecisiete desempleados en todo el estado, uno por comunidad autónoma (porque no quieren trabajar, los gandules). Y esto porque sí, porque yo lo valgo y olé mis cojones y el que piense que soy un mentiroso que me espere en la calle que no pienso ir.

¿Electoralismo? Vamos, señoras y señores... Seamos serios y sepamos reconocer que las tareas de gobierno son tan absorbentes que hacen olvidar durante un cuatrienio exigencias populares tan pedestres como la vivienda o la educación (o la sanidad, o la energía, o las incordiosas libertades civiles, o etcétera). No. Jamás de los jamases. Un estadista de pro se acuerda de esas míseras chuminadas casualmente. Le vienen a la cabeza como el cumpleaños de un hijo que nació un 29 de febrero, cada cuatro años y deja de piar por el patinete eléctrico o te quito el móvil. Y entonces saca el cañón de las promesas y fuego a discreción. Epifanías cíclicas reservadas a los mejores, oiga. Hablo de Sánchez, pero la campaña no ha hecho sino comenzar y, previsiblemente, otros aspirantes al adictivo sillón de La Moncloa se sumarán a esta fiesta de conejos blancos sacados de chisteras de distintos colores. Pero el público aplaude cada vez menos porque el truco está desgastado a fuerza de incumplimientos que avivan más el rencor activo que el olvido pasivo. He dicho aquí que ya computo mi edad más por desengaños que por años. De modo que tampoco le compraría un peine a Feijóo ni aunque me prometiera que me iba tapar el cartón. Y ni menos a un tipo como Abascal, que está deseando ganar unas elecciones precisamente para que no vuelvan a celebrarse elecciones jamás. Siento ser tremendista, pero he comprobado en el súper que el kilo de optimismo está a un precio prohibitivo. Y sin embargo votaré: una papeleta en la urna y una copia para metérmela un tiempo después donde nunca me ilumina el sol. Como dicen los psicólogos: hay que ser asertivos. Hasta que dejas de pagarles las consultas, claro. 

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