Seguramente debería aburrirnos escuchar desde hace cuatro décadas el discurso populista de los privilegiados vascos con nuestro sistema fiscal y los recursos que estos nos aportan. Pero, qué decir; a mí me sigue irritando el modo en que quienes han fracasado en implementar un modelo de equilibrio social y económico con el café para todos pretendan esconderlo alimentando el reproche al éxito ajeno. No me cabe duda de que los vascos hemos sido unos privilegiados cuando, en lo más duro de los años de plomo, cuando soportábamos el intento de rendir el modelo económico y social democrático a base de bombas lapa, contábamos con un tejido productivo y un compromiso con el país que respondió a la crisis externa y al acoso interno con puro curro. Hemos disfrutado del privilegio de transformarnos y de crear empleo con recursos propios y con la utilización eficiente de los que llegaron de Europa –en mucha menor cuantía que a otros lugares– a partir de un escenario dantesco de tasas de paro alrededor del 30% en las comarcas más industriales. Hemos explotado el privilegio de apostar por la mejor red de telecomunicaciones del entorno y de disponer de iniciativas institucionales y empresariales que han sacado chispas a su uso. Y ya, puestos a citar privilegios, hemos convivido con el de quienes han absorbido los recursos de su entorno y construido un foco de intereses ligados a la administración general del Estado que, atrayendo la innovación y la inversión ajenas, han creado un erial a su alrededor del que hemos podido escapar y que no ha impedido que la ciudadanía vasca de la CAV y Nafarroa disfrute de los mejores índices de calidad de vida, las tasas más bajas de desigualdad y la capacidad de ser vanguardia innovadora. Y, encima, tenemos los mejores montes, las mejores playas, las mejores viandas y los mejores caldos en un radio de media a hora y media de coche desde cualquier punto de nuestra geografía. Y todavía hay quien no cae en que nuestro privilegio es saber gobernarnos. ¡Qué simpleza!