Esta semana se ha hecho público el primer informe del barómetro Neurtu 2022: Percepciones y actitudes hacia las personas gitanas, que aflora una realidad incómoda en la que la desconfianza y la preconcepción genérica siempre injusta determinan las actitudes de la ciudadanía vasca hacia el pueblo gitano. El informe identifica un fenómeno de “antigitanismo” que, sin estar asociado a prácticas sistemáticamente discriminatorias en cuanto al acceso a derechos fundamentales como la educación, la sanidad o la asistencia social, sí redunda en la estigmatización de las personas de esta etnia y en la percepción de su cultura. El conjunto de personas gitanas se ven sometidos a un prejuicio que se basa, como todos los prejuicios, en asociar al colectivo con las actitudes rechazables de individuos concretos. En demasiadas ocasiones, el todo se identifica por la parte más negativa. Como sociedad nos chirría mucho más cuando se aplica el mismo fenómeno a cualquier otro colectivo, como el del conjunto de los hombres por las prácticas machistas de demasiados de ellos o el del conjunto de las religiosos por los abusos protagonizados por algunos. No obstante, profundizar en las razones de este fenómeno debe hacerse huyendo del mero buenismo, de considerar a las minorías como víctimas incapaces de liderar sus decisiones en materia de convivencia. El punto de partida es la igualdad de derechos y libertades inalienables a la condición humana pero es imprescindible encarar la percepción de amenaza a la convivencia que alimenta la estigmatización. La asociación sistemática con la delincuencia y con el rechazo a la integración en pautas de comportamiento cívico tiene su origen en episodios que no cabe ocultar. Pero, igualmente, el estereotipo creado a partir de esos episodios alimenta el prejuicio y este refuerza el estigma. Una sociedad como la vasca, que se describe con vocación intercultural, percepción de sí misma como tolerante con las diferencias y acogedora para los recién llegados debe tener como objetivo la convivencia integradora. Y esta pasa por el respeto mutuo y la mutua voluntad de compartir un espacio desde el respeto y vocación de igualdad reconociendo las diferencias pero con el compromiso de todos sus colectivos étnicos, religiosos y culturales de participar del consenso que definen las normas cívicas.