s conocido que, en la voluntad por consolidar la convivencia democrática, desde el Foro Social Permanente se han impulsado espacios de diálogo tanto públicos como privados en torno al «relato» de lo sucedido durante el periodo de violencias. Unos encuentros que pretenden ser un aporte a la hora de sentar las bases para la construcción de una memoria crítica inclusiva. Uno de estos espacios discretos, al que nos vamos a referir a continuación, ha adquirido una relevancia especial.
A finales de 2019, el Foro Social, con el respaldo de la ONG británica Conciliation Resources, puso en marcha un proceso de diálogos y encuentros discretos entre un grupo diverso de 11 personas. Han participado desde personas que fueron de ETA a activistas por la paz tanto en aquellos años como actualmente, así como sindicalistas, feministas, académicas o personas que tuvieron responsabilidades institucionales en este ámbito.
Por el carácter discreto del espacio, este artículo sólo se centra en nuestra experiencia acompañando este proceso. Creemos que, una vez finalizado el mismo el pasado 30 de abril, tenemos la responsabilidad de hacer una modesta devolución de nuestros aprendizajes. Se lo debemos a las personas que han participado, así como al conjunto de la sociedad. Esperamos que esta reflexión ayude a continuar apostando por espacios como este.
Existen dos elementos del contexto que han condicionado este proceso: el primero, que se ha llevado a cabo durante, y se ha tenido que ajustar a, la pandemia del covid-19; y, el segundo, que ha tenido lugar en un contexto histórico y social diferente, tras la disolución de ETA y tras los avances en la solución de algunas consecuencias derivadas del ciclo de violencias.
A la hora de diseñar el proceso, desde el principio tuvimos muy presente, por un lado, la necesidad de generar espacios de confianza entre las personas que participaban, y por el otro, que el proceso ayudara a estas personas (plurales, con trayectorias vitales muy diversas y puntos de vista diferentes, a veces opuestos) a transitar desde sus relatos individuales hacia relatos más colectivos, dinámicos y complejos.
Uno de nuestros aprendizajes más importantes en el marco de este proceso se refiere precisamente al «relato» como un instrumento en construcción constante, de cocreación colectiva en torno a la manera común de estar, de habitar, centrada en la aceptación de la diversidad y del disenso desde un reconocimiento, o un punto de partida común: el valor de la vida y de la dignidad humana, y el respeto a los Derechos Humanos.
Pero, pese al acuerdo sobre la necesidad de una pluralidad de relatos, siguen existiendo algunas cuestiones que requieren del paso de más tiempo, así como de procesos más profundos y largos para encontrar respuestas. Este proceso ha demostrado que aún hay nudos por deshacer y que deshacerlos va a llevar tiempo; nos ha mostrado que a nivel micro existe una necesidad de seguir dialogando, compartiendo, generando espacios de escucha y empatía, nos ha enseñado la importancia de lo íntimo y de los espacios pequeños. A nivel macro, nos ha enseñado que hace falta más diálogo entre Relato, Memoria e Historia.
El proceso también ha constatado lo fundamental de cuidar el proceso en sí, cuidar a las personas y al grupo. También la relevancia de los espacios no formales, de todo aquello que pasa fuera del ecosistema del grupo. En este sentido, ponemos en valor las relaciones de confianza y algunas complicidades que se han ido construyendo gracias al proceso, y que estamos convencidas de que en el futuro más próximo seguirán dando sus frutos.
Sin duda, es difícil recoger en un artículo que permite sólo un espacio tan limitado la enorme riqueza generada a lo largo del proceso. Posiblemente este no era el mejor momento para madurar una iniciativa que, desde el principio, estuvo condicionada por diversos factores. Sin embargo, constatamos la necesidad de que la sociedad vasca siga impulsando espacios de diálogo formales e informales, creando así las condiciones para un diálogo público en términos constructivos que ayuden a sentar las bases de una memoria crítica inclusiva.
Al mismo tiempo pensamos que la construcción de la convivencia nos interpela a todas, también a las instituciones públicas y a los partidos políticos que nos representan. Deben crear políticas públicas que, desde el respeto de los Derechos Humanos y la no instrumentalización del dolor con fines políticos, reconozcan a todas las víctimas, impulsen la creación de espacios y procesos de diálogo entre diferentes como herramienta para la resolución de conflictos que siempre existirán, y pongan en valor las iniciativas de la Sociedad Civil, de ahora y del pasado, que fomentan la construcción de la convivencia. La historia colectiva está por construir.
Para terminar, nos gustaría agradecer la generosidad de las personas que han compartido fragmentos de sus vidas con nosotras, y que han escuchado, dialogado y compartido sus experiencias. Este proceso constata que es posible expresarse y dialogar, y que todos los intentos de construir, por pequeños que sean, son válidos. En definitiva, la voluntad por construir un futuro mejor que el presente para las próximas generaciones es lo que ha motivado este proceso y los venideros. l
* Facilitadora y dinamizador del proceso