uchos seguidores del Partido Popular no se creen lo que en su partido sucede. Para ellos, cualquier tiempo pasado fue mejor y piensan que lo peor, aún está por venir. Algunos lamentan la desaparición de Pedro Arriola, el asesor áulico recientemente fallecido. Le echan de menos humana y políticamente ya que con él la estrategia política cobraba sentido y se desarrollaba en umbrales de certidumbre y de perspectiva, todo lo contrario a lo que, según cuentan, ocurre hoy en el sancta sanctorum del partido conservador donde se diseña la estrategia como si de un juego de rol se tratase. Lo interno y lo externo se conjuga en un dibujo de estrategos de adhesiones particulares. Unos se han propuesto cerrar el paso a la emergente Díaz Ayuso y otros, por el contrario, se han conjurado por descabalgar a Pablo Casado. Cuando esto ocurre, cuando se pretende atender a las necesidades de dentro y de fuera desde el vasallaje partidario, se pierde la perspectiva y el sentido de la realidad.

Los consultores de cabecera de Casado pensaron que adelantar las elecciones en Castilla y León -paso previo a otro movimiento electoral posterior en Andalucía- sería afianzar la influencia de aquel. Creyeron que el pulso con las urnas castellanas estaba ganado de antemano. Nadie evaluó el impulso creciente de la indignación de la España vaciada ni la competencia de la extrema derecha de Abascal que en un territorio amigo -sociológicamente hablando- aprovecharía cualquier flaqueza en el discurso del PP para presentarse como el “aliado natural” de una España rural, recia, campera y defensora de las tradiciones.

En ese contexto, despreciando los riesgos que acarreaba un escenario tan inestable, el PP afrontó las elecciones castellanas como si fueran unas primarias en las que resultarían vencedores sin salir de la caseta. En esa sobreactuación pusieron a bailar a Casado en múltiples escenarios. Con vacas, con terneros, con ovejas, con jamones, con vino. A la escenografía le acompañó un discurso rancio y poco creíble. Un argumento tan poco serio en el que hasta la remolacha fue presentada como víctima del ataque de la izquierda feroz. Y mientras Casado cubría con abono el campo, la derecha extrema sembraba para recoger. ¡Cuánta torpeza!

Para más inri, Mañueco, el candidato eclipsado, en lugar de garantizarse la cordialidad con las opciones electorales locales se permitía despreciarlas identificándolas con los “separatistas” en una conjunción de ideas en la que , finalmente, terminaría deslizando los calificativos “terrorista” y “enemigos de España”, algo habitual en el sonsonete electoral del PP. ¡Vaya ojo clínico!

Quienes conocen un poco la realidad sociológica de Soria y sus alrededores vienen a coincidir que los genes celtíberos de sus hombres y mujeres se siguen manifestando claramente en su identidad actual. Los celtíberos fueron pueblos (arévacos, titos, belos, lusones o pelendones) anteriores a la romanización que se asentaron en una zona de la península que comprendía, a grandes rasgos, las provincias de Soria, Guadalajara, buena parte de la Rioja, el este de Burgos y el oeste de Zaragoza y Teruel.

De su paso por la historia cabe reseñarse la resistencia demostrada a la romanización, destacando el coraje del colectivo arévaco de Numancia donde tras trece meses de asedio de las tropas comandadas por Publio Cornelio Escipión -el africano- y asolados por la hambruna y las enfermedades, los numantinos decidieron poner fin a su resistencia con un suicidio masivo.

La machadiana Soria, fría y pura, “cabeza de Extremadura”, la Soria en la que Almanzor perdió el tambor, la de las fortificaciones de Gormaz o Berlanga, la Soria de Medinaceli o Almazán, la de Urbión y de Moncayo, la que ha reducido población hasta poner a 126 de sus municipios en riesgo de desaparición... esa misma Soria en la que más de la mitad de sus ciudadanos originarios viven en otras regiones del Estado, esa comunidad en declive numantino despertó su gen celtíbero en las urnas. Soria ya, el movimiento social convertido por primera vez en agrupación de electores, obtuvo el respaldo del 42,5% de los votos emitidos en los comicios celebrados el pasado domingo. Insólito pero predecible, aunque ni Génova 13, ni Ferraz lo hubieran visto.

No fueron solo los pelendones o los arévacos sorianos los que se reivindicaron el domingo. Desde hacía tiempo -1991- pugnaba en política la Unión del Pueblo Leonés (UPL) cuyo objetivo era conseguir una autonomía genuina para los territorios del antiguo reino de León.

Históricamente, antes de la llegada de los romanos, el país leonés estaba habitado por cuatro pueblos diferentes siendo los mayoritarios los vettones y los astures (al norte también cántabros y en la tierra de campos vacceos).

Estas etnias sucumbieron al imperio romano que buscaba metales preciados en el territorio -Las Médulas y el Bierzo-. Pero la conquista tampoco le resultó fácil, destacando en la resistencia el pastor vettón Viriato quien tras vencer en ocho batallas fue derrotado por la traición de tres compañeros que seducidos por la recompensa que ofrecía Roma por su cabeza terminaron asesinándole. Más tarde, los quintacolumnistas descubrieron en carne propia lo que significaba aquello de Roma traditoribus non praemiat.

Tras la invasión musulmana, la región leonesa se desgajó del reino astur y en el año 910 se consolidó el reino de León como ente administrativo-territorial, una entidad que con sus altibajos mantuvo parte de su singularidad hasta que fue borrada del mapa en la etapa moderna. En 1983, en el nuevo plano constitucional español, León, Zamora y Salamanca fueron unidas a seis provincias castellanoviejas para crear la Comunidad Autónoma de Castilla y León.

Aquella unión forzada fue ampliamente contestada en un primer momento -unas 100.000 personas se manifestaron en 1984 reclamando la constitución de una comunidad autónoma propia-. Pero las protestas no prosperaron, como tampoco lo hicieron las movilizaciones en defensa del valle de Riaño, una nueva “humillación al País Leonés”, que terminó siendo sumergido en las aguas de un embalse cuyas aguas solo sirvieron para surtir el regadío vallisoletano.

Desde entonces, el movimiento leonista ha estado presente con más o menos brío en el espectro político siendo ahora, cuando la UPL ha alcanzado su mayor respaldo popular con el 21% de los votos emitidos en León (tres actas parlamentarias en las nuevas cortes autonómicas).

El mapa de la representación invertebrada de Castilla y León se completaba con el éxito de otra candidatura local; Por Ávila que en su circunscripción electoral obtenía cerca del 17% de los votos y un parlamentario.

En suma, siete votos de ochenta y uno. Siete escaños básicos y valiosísimos para una mayoría gubernamental que no se ve fructificar más allá de un acuerdo entre los populares en fase de lucha fratricida y los extremistas de Abascal. Coalición de cazadores y recolectores. Como en la Celtiberia de la época. Eso, o la repetición electoral.

El despropósito está servido. Panorama viciado desde el origen donde todos pierden menos los ultras. Pierden los perdidos (Ciudadanos y Podemos). Los emergentes sumergidos al borde de la extinción. Pierde también Sánchez, que sigue sin levantar cabeza y sin ganar ámbitos de estabilidad por mucho que aparente normalidad. Pierden, los populares, pese a su victoria pírrica. Fueron a por lana y salieron trasquilados. Y perderán, hasta el apellido, después del espectáculo de canibalismo madrileño.

El episodio librado en Castilla y León y las consecuencias de la implosión interna del PP, tendrá consecuencias impredecibles en la actividad político-institucional del Estado.

Con una derecha que se descuartiza a cuchilladas y el agotamiento de quienes se decían representar a la nueva política, reaparecerán formaciones locales o regionales de nuevo cuño que serán vistas como la amenaza de una España invertebrada. En sentido contrario, el desmoronamiento interno del PP posibilitará el sorpasso de una nueva derecha extrema autoritaria, centralista e involucionista. Un fenómeno al que el sanchismo tendrá la tentación de responder desde posiciones autosuficientes de “yo o el caos”. Con esa polarización a la vista, Sánchez puede estar tentado de apretar el botón electoral pronto. Porque creerá que la ocasión le es propicia para sus intereses. Pero, cuando esa tentación aparezca, sería bueno que recordara lo ocurrido en Castilla y León. Experimentos con gaseosa. * Miembro del Euskadi Buru Batzar del PNV