mposible sustraerse a la tragedia que se está viviendo en Afganistán. Una guerra particular que ha desembocado en una tragedia humanitaria de proporciones y alcance que solo cabe imaginar, por el momento, y que ha involucrado a países europeos y a otros que no lo son con mucha pérdida de vidas humanas y un dineral dejado por el camino.
Apabulla el cinismo de los gobernantes americanos declarando que no han estado 20 años en Afganistán para construir un país, consolidar una democracia o defender unos derechos humanos, que se han conculcado hasta al modo de trofeos, de manera que han usado a la comunidad internacional para encubrirse y apoyar sus propios intereses... Me da no sé si risa o un asco indecible el escribir estas cosas desde este rincón de un continente doblegado y baldado. Cosas sabidas y de inmediato olvidas, dadas por imposibles.
Europa calla ante ese rasgo de doblez criminal y evacua personas que huyen aterrorizadas, y no piensa en el engaño, ni en cómo se ha llegado hasta aquí, sino que traslada a aquellos hacia los que de una manera u otra está obligada y presta ayuda inmediata y se dispone a acoger un importante contingente de desplazados y a integrarlos como pueda en sus sociedades. Veremos en qué para todo esto porque de los propósitos oficiales en plan arenga no me fío. Atrás va a quedar un polvorín y un país condenado al oscurantismo, a los abusos, la falta de elementales libertades y armado hasta los dientes... y probablemente la hambruna. Todo lo hecho hasta ahora a favor de la mujer, la infancia, la educación y la salud, por poco o mucho que haya sido, va a quedar reducido a nada. Y hasta la próxima, hasta la próxima invasión quiero decir, en beneficio de los intereses de quien en amo se comporta, e involucra con alegría y entusiasmos patrióticos a sus famosos aliados. De no creer.
Lugar siniestro este mundo, caballeros, titulaba el poeta Félix Grande un libro de relatos cuando nos quedaba mucha infamia por ver porque esta se repite y recrudece a diario. El título de ese libro es una cita del ruso Nicolas Gogol, el autor de ese vitriólico y desternillante novela -texida sobre los hechos que normalmente suceden- titulada Las almas muertas. Esa novela no trata de lo que su título parece sugerirnos, si hablamos del presente, porque ante las infamias del presente quien más quien menos dirá que él tiene el alma más viva que nunca y dispuesta a temblar de humanidad y emoción ante cualquier tragedia lejana que le sirvan en el menú del día y se rebelará airado si se le dice que con su consentimiento expreso se ha visto reducido al papelón de mero espectador y que su capacidad de rebelión es nula. Te dirá que él ya vota, como antes decían “Ya damos a Cáritas”, antes de apretar el paso.
Incluso quien esto escribe, si le apuran con una arremetida de horrores, puede decir: “Oiga, que yo ya escribo, eh...”, como si eso supusiera de verdad una eficaz ayuda en este desdiós que estamos viviendo al modo de una estampa veraniega en sesión continua, un reggaetón, un agarrao con el famoso del día, cuando es algo bien distinto, a la puerta de nuestra casa y lejos de ella; pero no conviene agobiarse, que la vida sigue. El presente nos pone a prueba y la verdad es que la mayoría muy airosos, lo que se dice muy airosos, no salimos. Hablo por mí, claro, pero también a la vista de las noticias que veo desfilar a diario, manejadas o no, eso ahora es lo de menos, y de las respuestas que suscitan. Esa borrasca imparable me confirma que, en efecto, este mundo en el que vivimos tiene aspectos de irremediable lugar siniestro, pero no todo, no vayamos a exagerar, que hay que ser o mostrarse animosos y positivos, y darle de cuando en cuando un toque humano y sentimental a la mugre. Somos buenos, somos los buenos. El comentario de la actualidad nos agota y seguimos a lo nuestro, como si tal cosa, aliviados de que el polvorín esté bajo traseros ajenos... y termino con una frase del poeta Félix Grande cuando dice que los acontecimientos pasan “como caballos con la crin dura por la velocidad”, sí, y apenas dejan un olor a chamusquina en el aire que se combate con pestes de precio a diario renovadas.