n el argot parlamentario se determinaría que llegamos al final del primer periodo de sesiones, al marco temporal -enero a julio- en el que la actividad se concentra. Y cerramos el calendario con síntomas de fatiga. Siempre suele ser así. Cuando, por lo general, arribamos a la época vacacional y nos preparamos para un merecido paréntesis en la actividad, sucumbimos a la sensación de ahogo por ansiedad. En las circunstancias actuales, tal sensación nada tiene de ficticio. La culpa del enorme desgaste que individual y colectivamente ha tenido sobre todos nosotros la tiene la pandemia del coronavirus.
Desde marzo del pasado año no hemos parado de sufrir las consecuencias de esta ola depresiva. Su efecto es devastador. Cuando pensábamos tenerla controlada, nos ha vuelto a demostrar que contra la enfermedad no hay condescendencia ni infravaloración que valga.
Llegamos al ecuador del verano con la esperanza de inmunidad colectiva y de control de la pandemia desbaratada por nuevos repuntes que creíamos imposibles. Pensábamos, anhelábamos, tener unas vacaciones próximas a la situación prepandémica y el sueño se esfumó en dos días. El exceso de relajación social abrió las puertas a una nueva ola que nos ha sacudido con mayor vigor que en brotes anteriores. Y ese golpe inesperado nos tiene cuasinoqueados.
Las cifras de contagiados diarios estremecen. Los medios informativos nos presentan diariamente los guarismos de la infección, como si fuera la combinación de la bonoloto. Números sin contexto, sin contenido, sin tendencia o explicación. Cifras para llenar titulares sin más. Periodismo de ocupación de espacios.
El origen del actual repunte pandémico puede ser sencillo de identificar a simple vista, pero se necesita un poco de rigor empírico para atinar con el diagnóstico.
El 62% de los nuevos positivos dados en Euskadi en un día entre semana normal -pongamos por caso el pasado martes 27- pertenecía al target entre 0 y 29 años (973 casos).
Es decir, seis de cada diez de los nuevos contagiados respondía a población menor de los 30 años. Y si la muestra de edad subía hasta los 39 años, el porcentaje de los infectados cubría el 73% de los totales.
Esto ha ocurrido una y otra vez durante las pasadas semanas. Una repetición continuada que pone en evidencia que, conociendo la casuística, lejos de corregir hábitos de conducta éstos se han seguido produciendo como si nada pasara. Vamos, que en estupidez estamos sobrados.
¿Cómo es posible que la incidencia por contagios entre los menores haya sido mínima durante el periodo de educativo presencial y una vez finalizado el calendario escolar, la pandemia se haya disparado? ¿Qué ha ocurrido?
Queda claro que las medidas preventivas en el ámbito educativo han funcionado, y funcionado bien. Gracias al esfuerzo de todos. Pero cerradas las aulas por vacaciones, el desmadre ha sido total. Algo ha fallado. ¿Qué? ¿La falta de información? ¿La desmotivación? ¿El cansancio? ¿O la despreocupación por las consecuencias de una enfermedad que, se decía, en el caso de los jóvenes no era tan peligrosa?
Ha fallado el comportamiento. Ha fallado la conducta de muchos de los jóvenes a los que la enfermedad no ha asustado y que han preferido, llegados a este calendario , disfrutar un poco, abrirse al ocio aun a sabiendas de que esa actitud tendría como peaje el riesgo a la infección. Ha fallado el concepto de la responsabilidad, de la solidaridad, el sentido comunitario en una parte de la juventud. Y con esta afirmación no pretendo criminalizar a la juventud, ni tan siquiera a una parte de ella. Se criminalizan solos quienes alteran el orden público, quienes atentan contra las normas de convivencia o quienes coartan la libertad de los demás para imponer las suyas propias. Todos esos, tengan 15 o 50 años, y de todo hay en la viña del señor, se merecen nuestro rechazo y, también, el peso de la ley.
¿Que más ha fallado? Para mí no hay duda: han fallado muchos padres y madres. Han fallado en su rol de padres y madres. Porque los padres no son, como a veces se dice, “amigos” de sus hijos. Son sus progenitores y les deben una responsabilidad.
Hemos comprobado secuencias lamentables, como las declaraciones de aquellos tutores de jóvenes confinados en Mallorca tras ser expuestos a contactos positivos. Voces que hablaban de “secuestro” de sus hijos. Mensajes de padres y madres quejosos porque la página web de Osakidetza se “petaba” a la hora de reservar cita para la vacuna de sus hijos. Progenitores idiotas que solo sabían declinar el verbo “exigir” y callaban o justificabanla actitud de sus respectivos hijos e hijas cuando estos renunciaban a la fecha de vacunación prevista -y tan reiteradamente demandada- para poder irse de vacaciones.
Sí, creo que también han fallado muchos padres y madres, sumisos y condescendientes de unos hijos a los que no se les niega nada, a los que todo se les consiente y a los que se habilita un crecimiento y un porvenir sin filtros y con valores en los que solo se conjuga el “yo, me, mí, conmigo”.
¿Qué más ha fallado? Evidentemente, los poderes públicos y, de forma singular, quien ha pretendido desvincularse públicamente de la lucha contra la covid anunciando, extemporáneamente y sin demasiado acierto, la caída del estado de alarma o el fin de la obligatoriedad en la utilización del tapabocas. Han fallado los gobernantes que, intencionadamente y buscando espacios de oportunidad para el turismo o para lavar su imagen, han transmitido a la sociedad mensajes buenistas pero equívocos tales como que sin mascarillas “recuperamos las sonrisas” o que “nuestras calles, nuestros rostros, empezarán a recuperar su aspecto normal”. Han fallado quienes debían ser los primeros en dar ejemplo de seriedad y respeto y, a la mínima, han vendido humo, dejando al albur del criterio del orfeón judicial, convertido en ejército de Pancho Villa, las medidas legales prácticas con las que seguir resistiendo al mal epidémico.
La frivolidad con la que ha manejado esta “desescalada” ha dado a entender que la pandemia “era cuestión del pasado”, que “estaba vencida” y que llegaba ya la “nueva normalidad”. La realidad lo ha desmentido. Nos queda por tanto revertir la tendencia. Seguir con la campaña de vacunación. Y mantenernos vigilantes hasta recuperar nuestros niveles de salud pública. Eso, y no bajar la guardia.
En lo que se refiere a la política, la escenificación ha vuelto a ganar espacio a la gestión real en el Estado. Gobierno y oposición en España se baten en duelo mediático permanente. Casado intentando convertirse en alternativa, para lo que debe anular a Vox. Y Sánchez, convirtiendo toda su acción en una programación de autobombo. Todos piensan en las elecciones del mañana olvidándose del hoy, dejando a un lado, unos y otros, que para gobernar u opositar necesitan alcanzar mayorías que desatienden permanentemente.
Cada vez que es preciso reclamar el cumplimiento de algún compromiso adquirido con anterioridad, Sánchez y su grupo necesitan ser requeridos, y en algún caso, empujados, para que se muevan. Nada se mueve si no se reclama. Y nada llega a buen puerto sin una tensión previa innecesaria. La convocatoria de la Comisión Mixta de Concierto Económico es un exponente más de esto último. Bilateralidad tradicional en las relaciones Euskadi-Estado. Nada más. Aunque algunos sigan sin entenderlo y permanentemente contemplen el acuerdo como “un privilegio”, “un botín” o un “chantaje” de los nacionalistas.
La actual fórmula de avanzar en el entendimiento “arrastrando los pies”, cansa. Y agota la paciencia. Quizá sea esta otra razón para aguardar a que septiembre comience un nuevo ciclo.
Sánchez ha cerrado su periodo de sesiones haciendo crisis de gobierno. Según lo previsto. Crisis para controlar Ferraz, el partido que, no olvidemos, le terminó echando una vez de la gloria. Él no lo olvida. Ahora no admitirá errores. Ni prisioneros. Y se hará con todo el poder terrenal. Para gobernar a sus anchas. Con el impulso de los fondos europeos, con el viento a favor en el empleo. El nuevo periodo de sesiones será determinante. Presupuestos y alianzas. Por eso es importante para los demás saber situarse y plantar una estructura de acuerdo que posibilite una efectiva estrategia quid pro quo.
La ambición de Sánchez le llevará a intentar agotar la legislatura. Sabe que en su último trimestre le aguarda una soñada recompensa; la presidencia europea. Para llegar allí deberá primeramente despejar el panorama con sólidas alianzas que eviten incertidumbres. De él dependerá. Lo veremos en el próximo periodo de sesiones.
* Miembro del EBB de EAJ/PNV