uando me puse a escribir este artículo aún no habían pasado 24 horas desde el debate entre los seis candidatos más importantes que concurren a las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid. Conviene nombrarlos: Ángel Gabilondo, Isabel Díaz Ayuso, Edmundo Bal, Mónica García, Pablo Iglesias y Rocío Monasterio. Conviene nombrarlos porque estas elecciones de ámbito autonómico han llegado en un momento extraño y, sobre todo, porque obedecen a un capricho de nena malcriada que la presidenta Díaz Ayuso puso en marcha para prevenir la amenaza que se cernía sobre ella de tener que enfrentarse a una moción de censura. Precisamente su convocatoria electoral coincidió con algunas otras mociones de censura de ámbito regional en Castilla-León y en Murcia. Díaz Ayuso, más como una niña antojadiza y repipi, disolvió su Cámara y se avino a enfrentarse con unas elecciones autonómicas. Y en eso estamos ahora mismo.
Los partidos han reaccionado como cabía esperar, cada cual a su manera. Sin embargo, quien afronta una mayor dosis de responsabilidad es la presidenta Díaz Ayuso, que se ha pasado todo el tiempo que lleva la legislatura practicando una política rastrera que no ha tenido en cuenta que, a la vez, los españoles y los madrileños vivimos sumidos en una pandemia que mata y provoca una incomodidad casi penosa y brutal en nuestras vidas. Mientras las crisis institucionales menores, inducidas en Castilla y León y en Murcia, se han resuelto con más pena que gloria sin producir una sola consecuencia adversa, Madrid ha venido alimentando un debate absolutamente superficial y absurdo que no pasa de ser una provocación de una presidenta que ha demostrado ser una sencilla irresponsable.
Pero vivimos tiempos de escasa consistencia en los que las ideologías cuentan poco: en las que el poder es un señuelo y el gobierno es una añagaza. Mientras asistía al único debate solemne que ha tenido lugar entre los candidatos, escuchaba la canción de Joaquín Sabina que me advertía que estábamos hablando de Madrid, pero las consignas de Sabina me parecían, aparte de muy conocidas, más certeras que las que yo estaba escuchando en la televisión por boca de los líderes. Si la letra de la canción de Sabina contiene frases e insinuaciones que hacen de Madrid un hábitat abierto, selecto y especial, el debate que se estaba dando en la pantalla apenas mostraba algún motivo de acercamiento entre sus protagonistas, y sí muchos motivos para la discordia entre ellos. Unos y otros, unas y otras, apenas ofrecieron la más mínima luz para quienes pudieran vivir en medio de las sombras propias de los debates y las discusiones políticas. Las agresiones, en forma de insultos, con que la Sra. Díaz Ayuso pretendía desacreditar a sus contrincantes, quedaban en meras palabras ocurrentes, rebuscadas para la ocasión, provocaciones que no fueron respondidas con la misma intención ni empeño siquiera por la representante de Vox, a la que cualquiera de los televidentes podría considerar la más proclive a ello. Al final, el debate no aclaró nada de nada, aunque dejó ver las características (y caracteres) que adornaban a cada uno de los presentes.
Si tuviera que establecer diferencias entre ellos o ellas, previamente ya las tenía establecidas. En España -y Madrid es la España por antonomasia-, nos conocemos casi todos. Los partidos políticos adscritos a ideologías tradicionales ya solo son dos de los que van a competir en Madrid: los conservadores del PP y los socialistas del PSOE. Entre los demás partidos que concurren cabe de todo. ¿Dónde adscribir ideológicamente a los demás? Salvo a Vox, cuyo descaro e insolvencia los sitúa casi fuera de lo admisible, los demás solo responden a circunstancias y eventualidades, no por ello inservibles, aunque sí demasiado inestables y poco consistentes, peor aún, Más Madrid y Unidas Podemos proceden de una discusión pseudoideológica que intentaba dilucidar liderazgos, pues no en vano sus líderes máximos pertenecieron a la misma formación, rota más por rivalidades de sus cabecillas que por rigores ideológicos.
La canción de Sabina es concluyente. Aunque su letra incide en detalles que pretenden describir un pluralismo creativo, igualmente incita a convertir la vida de Madrid en un universo absurdo que no es tal allí. Madrid es una ciudad acogedora, centro de un territorio superpoblado que da cobijo a varios millones de españoles de procedencias muy diversas. Madrid, además, es la capital de España, es la ciudad que nos representa a todos, es el punto en que se cruzan todos los caminos que atraviesan nuestra geografía. Si la Sra. Díaz Ayuso hubiera sido un poco menos altanera no habría ahora mismo seis líderes políticos echándose trapos y trapillos a la cara, culpándose unos a otros de la debacle a la que quizás hemos colaborado todos… Pero las culpabilidades jamás deben ser repartidas a partes iguales porque los líderes políticos no obran todos del mismo modo. Rocío Monasterio (Vox) vive de las desgracias ajenas. Sabe que no puede ganar, se sabe perdedora, pero vive feliz en medio de la desgracia ajena, e incluso juega a propiciarla. Este comportamiento, esta actitud, la equipara con la presidenta Díaz Ayuso, responsable directa y exclusiva del desaguisado. En el escaso tiempo que media hasta la fecha electoral, los candidatos deberán mostrar argumentos convincentes.
La lucha está equilibrada. Tres formaciones se proclaman afines a la izquierda ideológica. Las otras tres se han pronunciado a favor de las derechas. El oportunismo ha sido la tendencia más utilizada. Quedan pocos días de incertidumbre. Necesitamos, todos, acabar con esta batalla gratuita a la que nos ha abocado la presidenta madrileña con su irresponsable actitud. La izquierda merece una nueva oportunidad tras tantos años en los que la derecha ha administrado la capitalidad a su antojo. El hecho de que haya presentado en el puesto con más posibilidades a un humanista de la talla y características de Ángel Gabilondo es garantía suficiente para que los madrileños y las madrileñas se planteen un cambio juicios y lleno de utilidad en la Presidencia madrileña.
Después de culminado mi artículo, el escándalo se ha desatado de forma irreversible cuando han aparecido cartas y escritos con amenazas de muerte, que incluían casquillos de balas, dirigidos al ministro Grande Marlaska, a Pablo Iglesias, y a algunos más… Dado que este macabro envío ha tenido lugar casi al unísono de la celebración de un debate televisado entre los candidatos, el primer requerimiento fue de Pablo Iglesias, que pidió un pronunciamiento en contra de las amenazas por parte de todos los líderes. Le asiste la razón a Pablo Iglesias por ser uno de los amenazados, y porque tales amenazas nunca deben tener sitio en una democracia. La mezquindad miserable de la candidata de Vox, Rocío Monasterio, negó todo pronunciamiento de apoyo a los amenazados, e incluso se ha permitido dudar de la autenticidad de las amenazas.
La concordia, ya rota o deteriorada desde el principio, se ha roto, y todo el proceso electoral ha quedado marcado. Ya no habrá más debates ni siquiera cambios de pareceres en los que intervengan varios líderes. Los votantes no asistirán a más discusiones entre los candidatos. La democracia está herida… La suerte está echada.
Curiosamente, pongo que hablo de Madrid, del mismo modo que pregonaba Sabina, que es ese lugar “en que se cruzan los caminos y el mar no se puede concebir, donde siempre regresa el fugitivo”… Donde, nunca mejor dicho, “los pájaros visitan al siquiatra… y el sol es una estufa de butano…, donde la vida es un metro a punto de partir…”.