l pasado 26 de noviembre se cumplieron 27 años del asesinato de Joseba Goikoetxea Asla. Fue el primer asesinato de ETA planificado contra un miembro destacado del PNV y de la Ertzaintza. Militante jeltzale desde los 14 años, fue un activo luchador antifranquista.
Trabajó en la distribuidora de libros San Miguel (que no era otra cosa más que una tapadera del PNV), encargado de llevar su propaganda. Apenas cumplida la veintena, tuvo que marcharse un año a navegar porque sabía que el régimen de Franco estaba tras sus pasos. Aquello no iba con él y volvió a Euzkadi. No tardó en ser detenido y encarcelado en la cárcel de Carabanchel por portar propaganda ilegal. Salió a la calle con el primer indulto del gobierno de Adolfo Suárez y comenzó a trabajar en una empresa que recogía botellas para pronto pasar, como liberado, a ocuparse de la organización del PNV en Bizkaia, reparto del Euzkadi, organización de charlas de formación y mítines. El 1 de abril de 1976, estando secuestrado Berazadi, fue detenido por la Policía española junto con Bingen Zubiri e Iñaki Anasagasti. Pasaron tres días en la antigua Comisaría de María Muñoz, en el Casco Viejo de Bilbao.
Como ertzaina, tomó el relevo de la Unidad de Información AVCS, implicándose en la lucha contra todo tipo de terrorismos desde una visión abertzale y de defensa de los Derechos Humanos. Su obsesión era acabar con la violencia en Euzkadi, buscando el dialogo y la reconciliación de toda la sociedad, labor que su mujer Rosa sigue de una forma ejemplar y generosa. Era incapaz de odiar por más ataques personales que recibiera, tenía muy buena relación con personas de todas las ideologías, incluyendo la izquierda abertzale aunque éstos trataban de ocultarlas por el sectarismo imperante en su seno.
Todas las voces coinciden: el asesinato de Joseba Goikoetxea marcó un punto de inflexión que sufrirían todos los agentes de la Ertzaintza. Goikoetxea no había sido el primer ertzaina asesinado por ETA (cinco agentes habían muerto antes que él en enfrentamientos u operaciones) pero sí fue el primero marcado como objetivo y ejecutado fríamente. Una ejecución que puso el punto y final a una estrategia que había empezado mucho antes. Su asesinato provocó una respuesta de los propios agentes, espontánea, desde la base, con el movimiento Hemen Gaude. Nadie olvida a los ertzainas plantados frente al Hospital de Basurto durante los cuatro días en los que Joseba se resistió a morir. Una imagen que compartiría protagonismo después con el pebetero cuya llama recorrería los pueblos encendiendo un mensaje de apoyo a la Ertzaintza y contra el terrorismo.
Tras Goikoetxea, ETA acabó con la vida de otros nueve agentes. En total, quince ertzainas fueron asesinados por la organización terrorista en 27 atentados: Carlos Díaz Arcocha, Genaro García de Andoain, José Juan Pacheco, Luis Hortelano, Alfonso Mentxaka, Joseba Goikoetxea, Iñaki Mendiluce, José Luis González, Ramón Doral, José María Aguirre, Jorge Díez Elorza, Iñaki Totorika, Mikel Uribe, Ana Arostegi y Javier Mijangos.
Son las víctimas mortales, pero no las únicas. Entre 1990 y 2011, los ertzainas sufrieron 1.335 acciones de kale borroka, según recoge un informe realizado por el Instituto de Derechos Humanos Pedro Arrupe.
Como escribía Iñaki Anasagasti en 2015 (en su blog de Deia), el sargento mayor de la Ertzaintza Joseba Goikoetxea era consciente de que constituía un objetivo potencial de ETA, que si un día la banda terrorista se decidía a atacar a la Policía vasca él se encontraría en la cabeza de la lista. Esa amenaza era algo más que un análisis teórico derivado del proceso de demonización que había sufrido en los últimos años.
Después de que, en enero de 1992, la Guardia Civil descubriera una anotación manuscrita por el etarra Gadafi con la dirección del domicilio de Goikoetxea, la amenaza etarra sobre el mando de la Ertzaintza era un riesgo real. El policía había mencionado ante unos compañeros cuál era el punto más vulnerable de sus desplazamientos y no se equivocó. Fue mortalmente herido en el lugar que había indicado: Junto al semáforo que regulaba el tráfico en la confluencia de la calle Tívoli con Campo de Volantín de Bilbao.
En las únicas declaraciones efectuadas por Goikoetxea a un medio de comunicación, difundidas por la agencia Vasco Press el 20 de marzo de 1993, el sargento mayor asumía el riesgo que le suponía su trabajo: “No me extraña (que ETA tuviera su dirección) porque jamás me he escondido de nadie. Soy vasco, seguiré viviendo en Euskadi y, como muchos ertzainas, estoy orgulloso de las labores que he desarrollado en este campo. No me extraña que un comando tenga mi dirección”. Sin embargo, ni él ni nadie podía prever que ETA había decidido romper una barrera psicológica y política más atacando a un mando de la Ertzaintza significado por sus profundas convicciones nacionalistas.
El sargento mayor pasó los últimos meses de su vida arrastrando la inhabilitación impuesta por el caso de las escuchas al exlehendakari Carlos Garaikoetxea, defendiendo en público y en la intimidad su inocencia en los hechos imputados. Su delito en este caso había sido conocer demasiado tarde algunos hechos a cuya génesis y desarrollo fue ajeno. Concluido todo el procedimiento judicial, el mando policial se encontraba a la espera de que el Ministerio de Justicia le concediera el indulto para poder reintegrarse a la Ertzaintza. Uno de los hechos que mayor satisfacción le había procurado en la tramitación del indulto era que el mismo tribunal que le condenó había emitido un informe favorable a la medida de gracia.
Ingresado en la Ertzaintza creando el Grupo de Berrozi, como una continuación natural de su compromiso con Euskadi a través de su militancia en el nacionalismo democrático, Goikoetxea dejó su afiliación al PNV al convertirse en policía, aunque ideológica y sentimentalmente siguiera unido al mismo.
Tras pasar los primeros años en el Grupo de Seguridad y en la Unidad que operó a las órdenes de Genaro García de Andoain, a la muerte de éste en un enfrentamiento con los miembros del comando Araba a fines de 1986, Joseba Goikoetxea se convirtió, en el jefe de la Unidad de Adjuntos a la Viceconsejería de Seguridad (AVCS). Este grupo policial, de efectivos escasos y experiencia limitada, fue el embrión de lo que luego fue el Servicio de Información de la Ertzaintza, que obtuvo importantes éxitos en la lucha antiterrorista en años posteriores.
El reducido grupo, de unos 30 agentes, que en 1986 empezaba su andadura para ser un servicio de información, tuvo que afrontar no pocos problemas, dentro y fuera de la Policía Autónoma. De cara al exterior, la unidad tenía que romper con la identificación como instrumento partidista del PNV que se había generalizado cuando operaba con el identificativo de “ekintza”.
Pero si la vertiente exterior se presentaba problemática de antemano, en el interior de la propia Policía Autónoma los problemas no eran menores. La “cultura policial” que se había inculcado a los agentes de la Ertzaintza en los primeros años de rodaje no había mentalizado a éstos para tener que asumir un día el enfrentamiento con ETA. Goikoetxea y sus compañeros que estaban al frente de los AVCS vieron muchas veces cómo los voluntarios que se habían presentado para integrarse en la unidad se volvían atrás cuando se les informaba que una de las funciones del grupo sería la lucha antiterrorista, como una faceta insoslayable para una policía integral.
En este campo, el sargento mayor ejerció a lo largo de los años una continuada labor de concienciación entre sus compañeros y subordinados. Desde la legitimidad moral que le daba su militancia nacionalista antifranquista, Goikoetxea fue capaz de imbuir a muchos ertzainas la idea de que la lucha contra ETA era parte de la obligación de una policía democrática al servicio de la sociedad vasca, que no había contradicción entre el sentimiento nacionalista que pudieran tener muchos agentes y hacer frente al terrorismo. En ese cambio de mentalidad, que era imprescindible para que funcionara la Unidad de Información, el liderazgo que ejerció Joseba Goikoetxea y su carisma personal fueron fundamentales.
Son innumerables los motivos que se podrían aducir para que Bilbao le reconociese con el nombre de una calle, placa o lo que sea procedente. Es paradójico que, habiendo pasado tanto tiempo, ningún grupo político en el Ayuntamiento haya tomado esta iniciativa; y ya va siendo hora de hacer justicia con este bilbaino, luchador abertzale, antifascista y víctima de un atentado terrorista.
Es procedente lanzar la idea al alcalde de Bilbao, Juanmari Aburto (que es a quién le corresponde esta facultad), para que tome en consideración la posibilidad de proceder a la colocación de una placa (similar a la instalada en la pequeña plaza junto al Museo Guggenheim de Bilbao en recuerdo del ertzaina Txema Agirre, también asesinado por ETA en 1997). Y, si cabe, proponer al alcalde un lugar concreto (que no tiene nombre en la actualidad): la pequeña zona ajardinada con forma triangular en la confluencia del Campo Volantín con la calle Tiboli, justamente enfrente de donde injustamente arrebataron la vida a Joseba.
El autor es analista