a Convención Nacional Republicana comenzó el 24 lunes en Charlotte, Carolina del Norte. Se ha sellado con la nominación formal de Donald Trump como candidato del Partido Republicano a la presidencia del país.
La convención se ha centrado en contener los principales problemas que afronta el partido y, nadie lo duda, el problema número uno del Partido Republicano es Trump por lo que él ha sido el punto central y argumento de fondo de la convención. Es cierto, una tarea difícil la de aquellos sobre los que ha recaído la responsabilidad de patrocinar el carácter, las formas y el lenguaje del líder del partido. Y si bien ya Luciano al hacer su Apología de la mosca demostró que cualquier cosa es perfectamente argumentable, la estrategia elegida por sus colaboradores más cercanos ha sido una forma de mentir sin precedentes: una mentira sin medida, más allá de toda magnitud, ofreciendo un cuadro diametralmente opuesto a una versión medianamente creíble del líder; un cuadro que, a fuerza de desproporcionadamente ilógico y rabiosamente delirante, no puede resultar increíble porque lo vehementemente incoherente y paradójico es del todo inexplicable.
Sí, veladas embutidas de los más exaltados y feroces respaldos a Trump, que nos lo han mostrado como un superhéroe incomprendido y fundamentalmente como un exitoso pero benévolo multimillonario que ha dejado de lado una vida de lujos para ayudar al país. Nos han dicho que Trump no es esa persona grosera que algunos hemos percibido, sino un hombre impulsivo que no se comporta como un político profesional sino como una persona que habla con el corazón en la mano. No hay que escuchar a Trump -nos decía el senador Tim Scott-, hay que centrarse en lo que ha hecho. He aprendido a escuchar lo que dice más allá de sus palabras, decía Melania, que nos ha mostrado al amante padre y devoto esposo que hay en él en el contexto de la inauguración del nuevo jardín de rosas blancas de la casa presidencial. El columnista del New York Times Charles M. Blow no se equivocaba al ver en la joven Melania a una nueva María Antonieta.
Hasta aquí, todo dentro de lo medianamente digerible. Pero presentar a Trump como el adalid del feminismo, de los derechos de las minorías étnicas y culturales y de las clases más desprotegidas del país; eso ha exigido tales prestidigitaciones que el público norteamericano y los columnistas de todos los medios están teniendo serios problemas para digerirlo. Sí, supera los límites de la ciencia ficción. Pero lo han hecho. Y esto es una grave falta de responsabilidad porque alimenta una forma de hacer política no solo alejada de la verdad sino más allá de la realidad. La administración Trump está instruyendo y acostumbrando al público del país a aceptar la alucinación y la fantasía como parte integral de una conveniente estrategia electoral.
Que Trump es un ferviente feminista y un activista en la defensa de los derechos de las minorías -nos dice su hijo- está demostrado por el hecho de que durante su administración se han registrado los menores niveles de desempleo entre mujeres, afroamericanos e hispanos. Obviamente, los niveles de desempleo de estos sectores sociales entre 2009 y 2019 han sido bajos porque las tasas de desempleo generales para ese período han sido muy bajas. Ello no significa que no exista una diferencia notoria entre los niveles de empleo y, más importante, entre las condiciones generales de empleo, de la población caucásica y masculina con respecto a otros grupos sociales y, desde luego, todo ello no significa que la situación se haya debido a una política consciente de la administración Trump por mejorar las condiciones laborales de estos colectivos humanos. Trump lo presenta, peladamente, como los mejores índices de empleo “del mundo y de la historia de este país”. No es así. El 3,5% de desempleo es sin duda un excelente récord pero se le olvida mencionar que heredó una tasa del 4% de la administración Obama o, dicho de otro modo, que mejoró en un 0,5% los resultados de una administración anterior porque siguió su curso en materia de empleo. La crisis actual ha echado a tierra estos índices, y la tasa de desempleo ha subido hasta un 10,2%… Pero si bien el 3,5 se nos vende como un genuino producto Trump, el 10,2 es culpa del “Chinavirus” y de los “cosmopolitas” que están deseando cerrar el país para ganar las elecciones. ¿No es más fácil pedir el voto de los electores diciendo la verdad? Ni el 3,5% fue producto de la gestión de Trump ni el 10,2% es resultado neto de su política.
Pero, para aquellos que albergaban alguna duda sobre su apasionada vocación en defensa de los derechos de las minorías étnicas, se ha organizado una tramoya horrible, decididamente repelente; ordenó que le llevasen al Grand Foyer de la Casa Blanca a cinco personas que iban a recibir la ciudadanía; convenientemente diversas, como las de los chistes del franquismo, eligieron a un boliviano, un sudanés, una hindú, una ghanesa y una libanesa. Ninguno de ellos sabía que iban a ser recibidos por el presidente y no se les anunció que el acto iba a ser televisado y menos aún que iba a formar parte de la convención republicana. Trump adulteró la ceremonia de naturalización aún más al enumerar los logros personales de los nuevos ciudadanos, cuando los derechos constitucionales no dependen en absoluto de credenciales ni logros personales. Y en su discurso hizo referencia a los derechos “concedidos por nosotros” lo cual es contrario a cualquier concepción racional y humana de los derechos fundamentales que no se conceden, sino que se poseen y protegen. Para corregir el tropiezo, aseguró accidentadamente que estos derechos realmente habían sido concedidos por Dios y luego se calló y, dándose media vuelta, salió precipitadamente del proscenio. Todo ello dio la impresión de constituir un juramento a Trump antes que a las leyes del país.
Pero por si acaso alguien dudara de la notable inclinación de Trump en defensa de las minorías, ordenó que le llevarán a continuación a un recluso afroamericano, daba igual quien, y repitió el espectáculo. En este caso firmando un mandamiento ejecutivo de clemencia para John Ponder, que cumplía una sentencia de 63 meses de prisión por robo. Pero en opinión de Trump, Ponder está del todo rehabilitado ya que se ha convertido al cristianismo y ha decidido dedicar su vida a ayudar a otros presos. Un acto fresco e improvisado de lucha contra las injusticias de la población reclusa de origen afroamericano e hispano, algo que mantiene a este líder del pueblo en un sempiterno desvelo. Es el mismo paladín que dos días después ha anunciado que ha extraditado a 20.000 mafiosos y 500.000 criminales extranjeros (se refiere a los deportados) y construido 300 millas de muro a un ritmo de diez millas por semana. Y concluyó en su discurso de cierre de la convención, hablando de sí mismo como de costumbre, sin rubor, que “he hecho más por la comunidad negra de este país que cualquier otro presidente desde Abraham Lincoln…”. Tal vez su tono anaranjado nos confunde, y evita que veamos el Black Panther que habita dentro de él.
Uno de los oradores describió a Trump como “el guardaespaldas de la civilización occidental” contra las fuerzas que buscan desmantelarla. Kimberly Guilfoyle, recaudadora de la campaña, exaltó al presidente como un líder “intrépido” enfrentado a las “elites cosmopolitas” que “quieren destruir esta nación”. “Esta elección es una batalla por el alma de los Estados Unidos” -declaró-, arrebatando el lema de la campaña a la oposición. A falta de elementos programáticos, el comité electoral ha decidido generar un decorado de hostilidad y violencia, caos y apocalipsis, en el cual poder entonar el discurso frívolo y pendenciero de su líder. Biden se nos ha mostrado como la personificación de un agitador de masas que ha decidido desmantelar los departamentos de policía del país a fin de fomentar una rebelión. Un líder revolucionario, con una agenda política “made in China”, ávido de ver las calles devastadas por sus masas de anarquistas e incendiarios. Sí, sí, se refieren a Biden… Si Lenin nos visitara se volvería a morir de un espantoso ataque de risa.
Pero esta caricaturización de Trump no ha sido sólo un amargo chiste. En lo que no constituye sino una gravísima falta de responsabilidad, los organizadores invitaron a los McCloskeys el lunes, para intervenir en el primer día de la convención. Según Trump, un arquetipo de la tradición más genuinamente americana. En el curso de las manifestaciones por la muerte de Floyd, un grupo de manifestantes, pacíficos, pasaron frente a la casa de Mark y Patricia. Estos, naturalmente, no pudieron hacer otra cosa que salir al porche con un fusil ametrallador y una pistola “para defenderse” ante la total incredulidad de los manifestantes que siguieron su camino sin más incidencias que pisar el asfalto. Pocos días después, la policía confiscó las armas de la pareja y un mes más tarde el fiscal de circuito de St. Louis acusó a ambos de uso ilegal de armas. Pero Trump lo ve de otro modo. Lo que les estaba pasando a los McCloskeys era algo “absolutamente absurdo” -aseguró-; “es un atroz abuso de poder por parte de la fiscalía que, en lugar de acusar a los violentos manifestantes, ha optado por presentar cargos contra los que estaban protegiendo su casa”. La convención los presentó como paradigma de la defensa de los “auténticos valores de América”. Tras el asesinato de Jacob Blake el domingo pasado, se organizó una manifestación en Kenosha (Illinois) que pasó delante de una gasolinera. Un joven de 17 años reaccionó como le han enseñado los McCloskeys: tomó su rifle semiautomático y se defendió. “Tan sólo he matado a una persona”, se le oyó decir. En realidad, fueron dos los muertos, y una tercera persona resultó herida. Esta es una de las fatales consecuencias de una forma irresponsable de hacer política. Mark McCloskey se ha limitado a decir que “el presidente Trump defenderá el derecho otorgado por Dios a todos los estadounidenses de proteger sus hogares y sus familias”.
El Good Old Party está perdido en su propio circo, incapaz de controlar a su elefante rojo. No se merece a Trump ni este lo representa. Echamos de menos debates más sanos, profundos y constructivos. La hija de Trump dice que su padre es poco convencional y que “Washington no ha cambiado a Donald Trump sino que es Trump quien ha cambiado a Washington”. Esa es precisamente la raíz del problema. Bill Clinton ha dicho que la Casa Blanca debería ser un centro de mando y no un foco de disputas. El autor es director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, Reno